a nostalgia siempre fue de derechas, porque está claro que la derecha utiliza un pasado inventado y confeccionado a su mayor gloria como algo deseable donde retornar. Los humanos, claro, recordamos el pasado y tememos el futuro, de manera que somos especialmente vulnerables al uso, siempre torticero, del recuerdo, del volver a aquello pasado, de estar en casa, con los míos...
El pensamiento occidental siempre estuvo envenenado de nostalgia, como la añoranza de la que escribía Platón o las exaltaciones de un tal paraíso perdido con que cierta intelectualidad de moda juega a la involución social. Porque siempre hubo demasiada gente, en el pasado pero sigue habiéndola, a quienes las cosas les fueron fatal. Siempre ha habido pobres, desvalidos, apartados; las sociedades saben ser malvadas y crueles, ignorantes y déspotas a la menor oportunidad. Reclamar un pasado idílico exige necesariamente minimizar ese dolor y muerte, esa falta de derechos: no se puede ser nostálgico sin apadrinar en el fondo a quienes vivieron en el privilegio entonces y que habitualmente siguen haciéndolo ahora, porque las revoluciones sociales lo han sido siempre con cuentagotas y acababan desleídas o edulcoradas.
Y no es cosa del otoño tan melancólico ni del cambio de hora que incomprensiblemente seguimos sufriendo a pesar de que ya hacía años que lo iban a quitar.
Ni siquiera ver ahora las celebraciones de difuntos al gusto de los comercios me preocupa tanto como encontrarme con una generación de gente muy joven que es tan de derechas que compra valores a quienes no solamente se enriquecieron siempre con el poder sino que ahora nos llevan a una catástrofe segura. En Glasgow, donde comienza la conferencia sobre el clima, no se puede uno permitir la nostalgia, que asegura la esquilmación del planeta.