rriesgando hasta el final, al más puro estilo de su jefe. Acostumbrados al vértigo de los desenlaces agobiados. Pese a los sustos, desafiantes de serie: mirad lo que hay enfrente, advierten ufanos a sus próximos. Incapaces de rectificar, en suma, hasta que llega el agua al cuello. Ellos, los socialistas, hábiles funambulistas en el alambre durante esta agitada legislatura, se han acostumbrado a sufrir, pero, sobre todo, siempre a ganar. Les vale con sofocos en la prórroga, repitiéndose la votación y hasta con un voto indisciplinado. En este parlamentarismo pragmático de nuevo cuño tuitero solo cuentan las victorias. Las derrotas dejan heridas y, en ocasiones, traumas. Le viene ocurriendo al PP desde la moción de censura a su corrupción. Por eso en el sanchismo los principios son una antigualla. Lo suyo es la elasticidad ideológica. El manual de la versatilidad. La pura conveniencia.
Las páginas más esclarecedoras de este síndrome de veleidad están por escribirse, ahora que asoman los nubarrones. Todo por culpa de ese clima de progresiva inquietud que ha prendido y mucho en el Gobierno. Desde luego, muy por encima del bálsamo que desprende esa animosa encuesta del CIS de Tezanos, que parece elaborada sin recato con el dócil propósito de suavizar a la coalición de izquierdas los rigores políticos de un escenario mucho más incómodo del que podía pensarse con los récords de vacunación. Hasta que los fondos europeos cristalicen en empleo real y la quinta ola de contagios desbocados se evapore cuesta mucho creerse sin ingenuidad que la derecha no está rentabilizando, siquiera mínimamente y a pesar de su descarada ausencia de propuestas constructivas, el lógico desgaste de Sánchez, sobre todo teniendo muy presente el aviso del fenómeno Ayuso en las urnas.
Es tal la maraña de asuntos envenenados para la estabilidad gubernamental -TC, mascarillas, autonomías rebeladas, el atraco de la tarifa eléctrica, fustigamiento catalán...- que ha acabado por devorar en apenas cuatro días el impulso mediático de regeneración que se antojaba propio de semejante seísmo ministerial. Ahora bien, permanece indeleble la intencionalidad de largo alcance que persigue su ejecutor. La fumigación política de sus primeros discípulos -la cacareada defenestración de Adriana Lastra como portavoz encendería el piloto de alarma-, la ostensible vuelta de los díscolos a la casa del padre -en contraposición a la cacería autorizada desde La Moncloa sobre Ábalos y los suyos- y la vuelta al manual político con Félix Bolaños dejando la hueca mercadotecnia de Redondo en el cajón han venido para quedarse, al menos hasta que amaine el temporal. Además, siempre está a mano desparramar unas gotas de ideología recurriendo, con justicia, a la necesaria reparación legislativa de la memoria histórica para satisfacción de la gente de bien y, en especial, de quienes retroalimentan sus convicciones contemplando la irritación del flanco franquista.
Con todo, no se espera un verano plácido para Sánchez. Sobre todo, por el flanco judicial. Sigue la controversia entre tertulias y artículos de opinión entre el estado de excepción o el de alarma y las jurisprudencias antagónicas sobre los toques de queda, pero nada comparable con la llama incendiaria del Tribunal de Cuentas y la indemnización reclamada a los 34 encausados por los gastos derivados del procés en el extranjero. Quedan pocas horas hasta la medianoche del lunes para la resolución y sus precedentes parecen reñidos con el sosiego. Tampoco acompaña en la tensa espera la reñida votación del Instituto Catalán de Finanzas en favor de avalar con un voto de calidad las fianzas a los inculpados porque sigue dando gasolina al debate intransigente.
Tampoco es baladí que en este vidrioso asunto hasta el propio PSC entienda que el respaldo institucional no incurre en legalidad alguna, según sus primeros informes jurídicos. En todo caso, se sigue jugando con fuego en las vísperas de abrir, de una vez, el diálogo entre Catalunya y el Estado. En el empeño para evitar el descarrilamiento antes de tiempo, ERC no deja de poner toda la carne en el asador como adalid del Gobierno español cada vez que le ve en apuros. Su estridente cambio de postura para evitar el sonrojo socialista en el hilarante tema de los interinos habla por sí solo. Otra cosa bien distinta es que este improvisado acuerdo bajo la presión de las prisas de última hora vaya a pasar la prueba del algodón constitucional. El precio de vivir en el alambre.