s martes a primera hora de la mañana. Miles de coches salen a la vez del centro de Vitoria hacia los polígonos del extrarradio. Una sinfonía de bocinazos y un coro de juramentos con un atasco monumental como telón de fondo. Un día más en la oficina. Si la verdad está en los días laborables, que decía Vázquez Montalbán, tenemos aquí un ejemplo palmario de nuestro modo de vida.
No hace falta un informe para darnos cuenta de algo tan obvio. Pero los estudios, además de poner en un papel cosas que ya sabíamos, sirven para avalar nuestras opiniones y, sobre todo, constituyen un magnífico argumento para promover el cambio. Resulta que el 70% de los trabajadores de los polígonos de Vitoria acude al tajo en su vehículo particular. Un despropósito colectivo. Todos apelotonados a la misma hora, estresados en el atasco, enclaustrados solos en un artefacto metálico que suelta humo a mansalva.
Si hay algún alienígena observando la escena desde el Monte Olimpo marciano, sin duda concluirá que nuestra extinción es inminente por idiotas. ¿Pero seguro que somos tan lelos como parece?
La encuesta también destaca que el 83% de los chalados del embotellamiento estaría dispuesto a cambiar el coche por la bicicleta en sus desplazamientos al trabajo. Pero eso sí, oh sorpresa, si mejora el estado de las vías, los accesos y la iluminación. Vamos, si ir al curro pedaleando deja de convertirse en un deporte de riesgo.
En una galaxia muy lejana, la Ordenanza de Movilidad Sostenible de la ciudad sigue poniendo el foco en las restricciones para las bicicletas. Pero el futuro se mueve sobre dos ruedas. La gente lo sabe y está dispuesta a dar pedales. No contamina, promueve el ejercicio, es divertido y es insuperable como antidepresivo. Es una oportunidad de oro. Así que pongámoslo fácil. Ring, ring. Dejen paso a la bici.