Un estudio sobre teléfonos móviles de la empresa IO Investigación señala que el 45% de los españoles cambia de móvil cada dos años y se deshace del anterior aunque todavía funcione. Solo un 18% espera a que se estropee para agenciarse uno nuevo. Algo similar ocurre con otros dispositivos electrónicos, como tablets, ordenadores, pantallas, smartwaches... Al montón de deshechos que esto crea hay que añadir otros tipos de aparatos electrónicos que como frigoríficos, congeladores, televisores, monitores, lámparas LED o máquinas expendedoras y que la UE cataloga como Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos.

De esta manera se calcula que en la actualidad en todo el mundo se generan 50 millones de toneladas de estos residuos año. Y se calcula que para 2030 serán 70 millones y en 2050 alcanzaran las 120 millones.

Deshacerse de los dispositivos realmente irrecuperables debe hacerse correctamente para evitar contaminar. Freepik

La mala gestión de estos restos, de los que solo se recicla el 20%, es un problema social y medioambiental grave.

Entre las sustancias que contienen estos desechos se encuentran elementos tóxicos como el cadmio, el plomo, el óxido de plomo, el antimonio, el níquel o el mercurio. Estos productos contaminan ríos, lagos y mares, y emiten gases a la atmósfera que provocan desequilibrios en los ecosistemas y daños en la salud humana. Revertir el modelo de producción y consumo para reducir la cantidad de desechos electrónicos es, en consecuencia, una tarea inaplazable.

Más allá de las campañas y programas públicos en este campo, la solución pasa por cada individuo, que cada un de nosotros realice un consumo responsable. Cierto es que los avances tecnológicos hacen que muchos dispositivos queden obsoletos enseguida, que sea necesario cambiarlos en algunos casos más allá del capricho de ir a la última. Es importante, a la hora de sustituir el móvil que tengamos pensar qué se hace con él. Desecharlo debe ser la última opción para así contribuir a frenar el crecimiento de los residuos electrónicos, de la basura tecnológica, de la e-waste.

Nuestro grano de arena

Avanzar por este camino implica que nos esforcemos en aplicar el plan de las 3 R: Reducir, Reutilizar y Reciclar.

Reducir se refiere a evitar la aceleración del consumo, de evitar sustituir los aparatos antes de tiempo. Para ello es necesario que el usuario no se deje arrastrar por el impulso, por la moda, por la mera novedad y sustituya sin necesidad un aparato todavía en uso.

La reutilización parte de la idea de alargar la vida útil del teléfono o de la tablet. A veces el cambio de dispositivo parte de una necesidad sobrevenida, por lo que todavía puede serle útil a alguien. Algún familiar o conocido puede heredarlo y darle uso hasta el final de su vida útil. También el mercado de segunda mano es una opción que también sirve para sacarle algún tipo de rentabilidad o en un acto solidario y desinteresado donarlo a alguna asociación u ONG a la que pueda serle útil. Dentro de este concepto también podría incluirse la reparación. Arreglarlo en lugar de comprar uno nuevo contribuye significativamente a no aumentar los residuos. No tiene por qué ser más caro que comprar uno nuevo. Existen multitud de talleres especializados que pueden darle una segunda vida.

Antes de comprar un móvil nuevo hay que tratar de arreglarlo para darle una segunda oportunidad. Freepik

Reciclar es el final del camino. Cuando no funciona y no puede ser recuperado, lo más oportuno es llevarlo a un centro de reacondicionado electrónico para gestionar y aprovechar los componentes reutilizables o dar una salida controlada a los elementos contaminantes para minimizar su impacto ambiental. Se trata de evitar que elementos como el mercurio, plomo, cadmio, plomo, cromo, arsénico o antimonio, por ejemplo, lleguen al medio ambiente y causen daños en la salud.

Pero además hay otros que pueden recuperarse y reutilizarse, algunos de mucho valor, como el oro, plata, cobre, platino, y paladio, pero también un valioso volumen de hierro y aluminio y plásticos, que pueden reciclarse. No hay que olvidarse de minerales como el coltán o la casiterita, muy demandados por la industria de la electrónica.

Las estimaciones calculan que de los desechos electrónicos pueden obtenerse hasta 55.000 millones de euros al año en materiales. De acabar en el lugar adecuado, los desechos electrónicos, en vez de resultar perjudiciales, podrían ser una fuente inestimable de riqueza. La Unión Internacional de Telecomunicaciones calcula que seguir este camino puede generar oportunidades de un valor de mas de 62.000 millones de euros anuales y crear millones de puestos de trabajo en todo el mundo