La aguja de la gasolina comienza a estar definitivamente en la reserva. El Baskonia quiere pero ya no puede con la solvencia de antaño. Tiene esporádicos ramalazos de orgullo y se resiste a hincar la rodilla en cualquier jornada gracias a sus toneladas de orgullo, aunque el combustible ya brilla por su ausencia y desfallece por agotamiento. Es un equipo de cuerpo presente al que le han abandonado las piernas y esa frescura tan característica que le ha permitido edificar imposibles en la actual temporada.

Por si existían dudas de la línea descendente alavesa, un San Pablo Burgos de gatillo fácil le sometió a un castigo incesante en una tarde de perros en el Buesa Arena. Contra la precaridad de efectivos, uno no puede luchar. Llega un pequeño parón de once días que debería servir antes que nada para concertar alguna estancia en un balneario, cargar las pilas y tratar de recuperar algún efectivo. En caso contrario, este final de la temporada se puede hacer muy largo.

Jekiri está fuera de combate desde hace un mes, Vildoza se mantiene como un expediente X mientras no aparece el parte médico que corrobore su lesión y, para colmo de males, minutos antes del salto inicial se hizo público que el coronavirus había hecho mella en el multiusos Sedekerskis. En resumidas cuentas, nueve solitarios efectivos para rellenar una famélica convocatoria, de los cuales dos canteranos apenas suelen entrar en los planes (Kurucs y Raieste).

Un panorama desolador que dejó al Baskonia a los pies de los caballos para afrontar la visita de uno de los gallitos de la competición, al que simplemente le bastó con mantener su ritmo de pedalada con el fin de imponer la lógica. Demasiados contratiempos como para resistir las volcánicas embestidas del Burgos, cuyo dinamismo y vértigo se le indigestaron por completo a una escuadra vitoriana sin aire en los pulmones ni su célebre chispa. Una cascada de contragolpes y triples completamente liberados de su rival le enviaron a la lona. Tras resistir con cierto decoro en la primera mitad, los contados soldados de Ivanovic se diluyeron como un azucarillo.

El técnico montenegrino alargó como pudo una rotación bajo mínimos, tuvo que hacer malabarismos y refugiarse en la polivalencia de varios de sus discípulos para mantener el oxígeno. Sin embargo, ni por esas hizo realidad su objetivo. La sangría del tercer cuarto, traducida en un parcial de 12-32, fue terrorífica. El torbellino comandado desde la banda por Peñarroya atropelló sin miramientos a un anfitrión escaso en cuanto a dureza y mordiente atrás. Sostenido por un ritmo extenuante, el San Pablo llevó con la lengua fuera a un Baskonia con los plomos fundidos.

Renfroe destapó el agotamiento de Henry, cuyo rostro tan pálido en los compases fue ilustrativo de la tralla que lleva a estas alturas de la película. El cerebral Benite le hizo la vida imposible a Giedraitis, del que apenas hubo noticias tras el fuego anotador del cuarto inicial (14 puntos). Rivero también castigó la tibieza azulgrana con sus tiros abiertos y, para hacer más pesada la mochila en la espalda, surgió un incandescente Kravic bajo los tableros para empequeñecer a Diop y Fall.

No hubo antídotos de ninguna clase para frenar el ímpetu de un San Pablo desatado. Tan solo emergió un leve rayo para la esperanza mediado el último cuarto después de que el cuadro castellano se disparara en el electrónico hasta un concluyente 60-78. Fruto de algunas recuperaciones de balón, el Baskonia se metió de lleno en la pelea merced a un milagroso parcial de 17-4. Sin embargo, pronto recobró la compostura un visitante agarrado a la gran lectura de juego de Benite.

Nuevamente Giedraitis tiró del carro de un Baskonia que no contemporizó pese a su falta de efectivos. La carta de presentación del killer lituano en el partido fue brutal con 14 puntos en el cuarto inicial que comenzaron a sostener el dominio azulgrana. Sin embargo, el partido se convirtió en un monólogo visitante a partir del tercer cuarto con dos equipos muy desiguales en cuanto a frescura y fondo de armario.