- La exitosa y atípica campaña 2019-20, interrumpida durante más de tres meses debido a la emergencia sanitaria, ha quedado ya atrás para un Baskonia que utilizó un total de 19 jugadores. Desde la jerarquía de un Tornike Shengelia convertido en el alma azulgrana hasta la testimonial aparición de Lautaro López durante tres minutos en un partido de Euroliga, no todos consiguieron superar a título individual con una nota elevada un curso en el que más de un jugador estuvo bajo sospecha. La trayectoria alavesa distó mucho de ser una balsa de aceite hasta la aparición del coronavirus, aunque eso ya importa muy poco o nada a un aficionado radiante por el desenlace vivido en tierras levantinas.
Han sido meses de continuos vaivenes y dientes de sierra en el rendimiento de los efectivos que estuvieron en primera instancia a las órdenes de Velimir Perasovic y más tarde Dusko Ivanovic. En líneas generales, las lesiones se cebaron con saña en un puesto de base al que pareció mirarle un tuerto, faltó mordiente y amenaza exterior en un perímetro donde el fichaje estrella del mercado estival (Nik Stauskas) se convirtió en un fiasco antes de la prematura rescisión de su contrato y el juego interior añoró la mayúscula figura de Vincent Poirier, aunque a una plantilla mucho menos talentosa que otras del pasado el técnico montenegrino fue capaz de extraerle el máximo jugo posible. Hasta el punto de hacerla campeona en la Fuente de San Luis tras impregnarla de un espíritu defensivo sin precedentes.
La falta de talento, traducida en muchos problemas para anotar en el ataque posicional, se vio compensada con valores innegociables para Ivanovic como el sacrificio, la fe, la fortaleza mental y el espíritu de supervivencia. El jugador que tiró del carro en todo momento no fue otro que Toko Shengelia, capitán y corazón de un Baskonia en el que estuvo solo ante el peligro demasiadas veces. El georgiano careció de secundarios de lujo para sostener los inestables cimientos azulgranas y el paso a la enfermería de exteriores con puntos en sus manos como Luca Vildoza y Jayson Granger redundó en que el vitoriano fuera un cuadro previsible.
El argentino se consagró en la gran final liguera ante el Barcelona con sus 17 puntos y, bien asistido por Polonara, fue el autor de esa histórica puerta atrás a falta de 3,4 segundos para la conclusión que desató la locura. No es una sorpresa que Ivanovic le descargara de sus funciones creativas en el uno y brillara con luz propia desplazado al puesto de escolta. Luca tiene alma de anotador y todo hace indicar que nunca será ese base cerebral y pausado con el que soñaban muchos para tratar de seguir los pasos de Prigioni.
En la dirección de juego, una pieza clave de la cuarta ACB de la historia fue Henry, un timonel quizá poco estético y carente de una buena mano pero dotado de un físico fabuloso que ha permitido al Baskonia poner un altísimo listón a nivel defensivo. El ex del Unics es una pieza muy apreciada por Ivanovic con el fin de erigirse en su prolongación sobre la cancha. Semaj Christon dejó buenas sensaciones hasta su fuga a Estados Unidos en plena pandemia, mientras que otro de los parches (Sergi García) no fue capaz de aprovechar las contadas oportunidades de las que dispuso en Vitoria.
El puesto de dos ha sido, sin duda, uno de los más flojos durante todo el ejercicio. En parte por la escasa pegada de Matt Janning, un tirador renovado en su día a precio de oro tras la consecución de su pasaporte georgiano que ha rayado muy por debajo de las expectativas. Sus continuos fallos fueron consumiendo la confianza del de Minnesota, incapaz de anotar tiros abiertos con la continuidad de la que hizo gala en sus dos campañas anteriores. Un jugador más sacrificado y de otro perfil como Zoran Dragic, aterrizado a mitad de temporada tras el adiós de Stauskas, le sentó como anillo al dedo a un Ivanovic siempre cómodo con esta clase de jornaleros.
La demarcación de tres debía ser, en teoría, una de las más compensadas y sólidas, pero la fatal lesión de Patricio Garino acontecida a finales del año pasado acentuó la soledad de Shavon Shields. La rodilla del guerrero argentino, muy del gusto del Buesa Arena al tener un claro ADN baskonista, se rompió en uno de sus momentos más dulces desde que viste la elástica azulgrana y el danés -capaz de manchar todos los apartados estadísticas y redondear partidos convincentes a estar desaparecido en combate en otros- careció de un acompañante fiable durante muchos meses.
Más allá de Shengelia, el juego interior dejó como gran noticia la consagración de Ilimane Diop como un pívot con mayúsculas. Ya queda muy poco de aquel jugador liviano, sin respeto de los árbitros y con problemas para controlar sus arrebatos al que le costó ser apreciado por la afición. El senegalés ha levantado un muro en labores de contención para que el Baskonia se corone como el mejor equipo de la competición. Su renovación se ha encarecido sobremanera tras una contribución impagable en cuanto a intimidación y trabajo de fontanería, virtudes oscuras que vienen acompañadas de una muñeca cada vez más fiable.
Donde no llegaron los controvertidos Micheal Eric ni Youssoupha Fall, ahí apareció el canterano azulgrana para empequeñecer a los pívots de las sucesivas víctimas de los alaveses en la fase final. Tanto el nigeriano, que soliviantó los ánimos del personal durante muchos partidos pero mejoró de forma ostensible con Ivanovic, como el senegalés de 221 centímetros, demasiado verde en su primera temporada sometido a una máxima exigencia, alcanzaron un aprobado raspado en la calificación global.
Líder con mayúsculas. El baloncesto ha terminado siendo justo con la entrega en cuerpo y alma de este georgiano que por méritos propios pasará a engrosar la lista de grandes iconos que han vestido la camiseta baskonista. El jugador que ha tirado del carro dentro y fuera de la pista en los peores momentos. Casi a la misma altura que Scola, Nocioni, Splitter y compañía.
Una roca atrás. Ha lucido más por su privilegiado físico y su sacrificio defensivo que por su visión de juego, su muñeca o su lectura de los partidos. Eso sí, un base de incuestionable valía.
Ese hombro maldito. Arrastró durante bastantes meses una lesión sufrida ante el Khimki y fue una sombra de sí mismo. Desplazado al ‘dos’, evidenció su talento en la final ante el Barcelona.
De nuevo, la fatalidad. El infortunio volvió a atacarle en el primer partido de la temporada. Tres años en Vitoria en los que ha sido un visto y no visto por culpa de las lesiones.
Al rescate del timón. Hasta su espantada a Estados Unidos en plena pandemia, demostró notables hechuras en la dirección. Dio aire a un puesto maldito al que le estaba mirando un tuerto.
Oportunidad perdida. Sin apenas incidencia en la dirección. El Baskonia le sacó de Alemania para que acudiera al rescate de una dirección diezmada, pero no hizo grandes méritos para jugar.
Efímera aparición. Únicamente disputó tres minutos ante el Anadolu Efes en la Euroliga en un partido de infausto recuerdo. Muy verde todavía para competir a estos niveles.
La gran esperanza. Ha cogido poso este curso en el VEF Riga de su país natal. Causó una grata impresión ante el Joventut en la fase final. En el futuro tendrá un importante protagonismo.
Tirador sin confianza. El de Minnesota ha completado una campaña aciaga. Con el punto de mira desviado desde el 6,75 e incapaz de aportar mordiente en su gran especialidad.
Cemento puro. No es muy talentoso, pero tiene ADN Baskonia y encaja como un guante en la filosofía de Ivanovic. Siempre quedará para el recuerdo su semifinal ante el Valencia.
Fiasco mayúsculo. Llegó como el ‘killer’ que debía dar un salto de calidad y se marchó de Vitoria por la puerta de atrás antes de tiempo. Su lesión de rodilla precipitó un divorcio cantado.
Temporada perdida. El joven vallisoletano ha sido una figura residual en el perímetro. Necesita foguearse en algún lugar donde disfrute de continuidad para saber cuál es su techo.
Maldita lesión. Su rodilla se rompió en pedazos en el momento donde empezaba a sentirse más cómodo. Alero que encarna el cáracter Baskonia, aunque con muy mala fortuna.
Todoterreno. Quizá se esperaba algo más de él en la vertiente ofensiva, sobre todo en este segundo año. Sin ser una estrella rutilante, es un valioso ‘tres’ que ha aportado en muchas facetas.
La hora de la verdad. Ha experimentado un brutal cambio físico. Ha ganado en músculo y altura, por lo que ya se le han acabado las excusas para no dar el ansiado paso al frente.
La baza inesperada. No se esperaba mucho de él y siempre será recordado por su impagable contribución en la conquista del título. Profesional intachable que creció de la mano de Ivanovic.
La muralla azulgrana. Un bastión básico en la zona que ha madurado. Se ha hecho enorme bajo los aros y su intimidación ya da victorias y títulos. Consagrado como un pívot dominante.
En el ojo del huracán. Pocos pívots han estado más discutidos en Vitoria que este nigeriano. Se crearon unas falsas expectativas con su llegada. Eso sí, también dio un paso al frente con Dusko.
Gigante por madurar. Tiene condiciones para marcar la diferencia en los próximos años. Muy por debajo de lo esperado en su primer año sometido a una máxima exigencia. Demasiado verde.
Henry, Diop, Polonara y Shields cumplieron con nota, mientras que Stauskas, Janning y Eric fueron las grandes decepciones
Antes de la pandemia, la ausencia de un exterior con puntos en sus manos penalizó a un equipo sin grandes dosis de talento