- Hubo una época en la que el Baskonia adquirió la sana costumbre de levantar al menos un trofeo cada año, cuando no fueron dos, y en aquellas temporadas alguno de ellos incluso se quedó sin celebrar de la manera que correspondía. Una mala experiencia tras el primer entorchado de Dusko Ivanovic al frente del equipo -la Copa de 2002, cuya resaca tras una de las fiestas más memorables que se recuerdan propició un estropicio ante el CSKA en el Buesa Arena que dilapidó las opciones de clasificación para la Final Four- provocó que el técnico montenegrino decidiese, y su palabra era ley, saltarse algún festejo y todo lo asociado a ese desparrame.
Lejos han quedado esos tiempos y, tras muchas campañas en las que las puertas de las vitrinas han estado cerradas a cal y canto, lo único malo que tiene el cuarto título liguero del Baskonia es que no se ha podido celebrar como es debido. Queda en el palmarés y su valor es el mismo que cualquiera de los tres anteriores por muchos asteriscos que se empeñen en poner desde ciertos sectores por las particularidades de la resolución, pero sabe diferente por esa falta de calor humano que va asociado a la comunión entre equipo y afición.
El Baskonia tendrá que arrastrar para siempre que en 2020 fue un campeón con asterisco -curiosamente, su nombre será más recordado que el de otros ganadores al haberse llevado la Liga del coronavirus-, pero no por ello este título deja de tener el mismo peso específico que los tres que llegaron anteriormente al Buesa Arena en lo que a la competición liguera se refiere.
Cierto es que con el sistema de competición habitual lo hubiese tenido más complicado -dicho lo cual, con este equipo nunca se sabe y ya en marzo iba claramente hacia arriba-, pero no menos verdad es que de los doce clubes presentes en Valencia ha sido el mejor -incluso, el mejor de largo- y el premio a su buena preparación, al trabajo de las últimas semanas y al compromiso de sus jugadores ha sido este trofeo con el que nadie podía soñar.
Lo peor para el equipo fue tener que celebrar su enorme conquista en la soledad de La Fonteta. Que el pabellón estuviese prácticamente vacío propició alguna imagen para el recuerdo, como la de Achille Polonara corriendo grada arriba para llorar en soledad o que Ilimane Diop ascendiese a lo más alto del recinto para tocar el techo con sus dedos antes de marcarse una serie de bailes de todo tipo o usar la bandera baskonista a modo de látigo para felicitar a Luca Vildoza por su MVP. Pero a la foto del equipo recibiendo el trofeo y a la de Tornike Shengelia cumpliendo con la tradición de escalar a la canasta le faltaba el colorido de la afición de fondo.
El poco calor humano lo puso la escasa representación azulgrana en la grada. Encabezada por Josean Querejeta y con presencia de varios directivos y unos pocos familiares -entre ellos, la mujer y la hija de Ivanovic o dos de los hijos del presidente- a los que durante las últimas retransmisiones televisivas se podía escuchar claramente animando al equipo e, incluso, lanzando algún exabrupto. Ellos fueron los encargados de corear el obligatorio campeones, campeones desde su reducto en La Fonteta. Pusieron las lágrimas, los gritos y las sonrisas in situ al sentimiento de todo el baskonismo, que tuvo que conformarse por seguirlo por televisión en la distancia.
Y es que, aunque las imágenes de jolgorio en enclaves muy concretos de Vitoria hayan sido protagonistas en las últimas horas, la fiesta en verdad ha sido muy reducida. Un buen puñado de jóvenes invadieron el primer tramo de Kutxi -por allí apareció ya de madrugada la policía para dispersar las aglomeraciones- y algunos estiraron la fiesta hasta que les dejaron -la Ertzaintza tuvo que desalojar una céntrica discoteca tras avisar sus propietarios que no podían controlar el aforo, con resultado de un detenido y un par de agentes heridos-, pero fueron la excepción. Una nimiedad en comparación de lo que podía haber sido la fiesta en un estado de absoluta normalidad. La que impide que, tras muchos años, la plaza de la Virgen Blanca se vuelva a teñir de azulgrana para un recibimiento popular. La Liga vale lo mismo, pero el sabor que deja es diferente.