Renacen las esperanzas. Se acabó por fin un gafe que perduraba casi tres lustros, toda una eternidad plagada de frustraciones y desencantos a cada cual más gordo. La maldición de Moscú pasó ayer a la historia de una vez por todas. Catorce años después, el Baskonia saboreó una victoria espectacular en la capital rusa que mantiene vivo el sueño de la sexta Final Four de la historia. Personalidad, solidez y carácter a raudales para conquistar una plaza hasta ayer inexpugnable. Saltó por los aires el fortín moscovita tras una conmovedora demostración de poderío del superlativo equipo vitoriano, renacido con respecto al asalto inaugural. Tras arrebatar el factor cancha al CSKA, Perasovic y sus discípulos se encomendarán la próxima semana al calor del Buesa Arena para revertir el pronóstico desfavorable de una eliminatoria que desde ayer entra en otra dimensión completamente inesperada.

Porque el momentáneo 1-1, el objetivo entre ceja y ceja de la expedición alavesa antes de emprender el viaje hacia Moscú, abre un escenario idílico para un Kirolbet que se transformó respecto al grupo intimidado y apocado de la primera entrega. Con la lección bien aprendida y un trato arbitral mucho más ecuánime, no solo se subió a las barbas del CSKA sino que manejó con extrema suficiencia un partido que definitivamente puso los colmillos afilados a todos los aspirantes, europeos y americanos, a reclutar a Vincent Poirier de cara a la próxima campaña.

Fueron una exhibición defensiva y una labor coral dignas de elogio, pero la interminable figura del poste francés extendió el terror en el gélido Megasport Arena. La punta de lanza de un Baskonia encorajinado, rebelde, voraz y valiente que esta vez resistió todas las acometidas locales, gestionó a la perfección sus ventajas y casi no vio comprometida en ningún momento una de las victorias más dulces de los últimos tiempos. Por una vez, no hubo que lamentar desfallecimientos en la recta final con un bloque fresco de piernas que ahuyentó todos los fantasmas que merodeaban sobre su cabeza.

exhibición defensiva El maratoniano azulgrana aprovechó la titubeante versión rusa con el fin de propinar un golpe de efecto y autoconvencerse de que el gigante dirigido por Itoudis es mucho más vulnerable de lo que la cátedra intuía. Con un encomiable espíritu defensivo, maniató por completo a unas estrellas locales desorientadas y dejó seco en ataque a un CSKA que, a excepción de los dos tiros libres iniciales a cargo de Clyburn, siempre se vio abajo en el marcador con desventajas sumamente peligrosas.

Poco importó algún síntoma de pánico acreditado en el último cuarto cuando el viento soplaba de cara o la preocupante acumulación de faltas en Shengelia o Poirier hasta el intermedio. El estelar pívot francés, reservado por Perasovic hasta bien entrado el tercer cuarto, se bastó casi por sí solo para imponer su ley en un partido que retrató la extrema vulnerabilidad del juego interior local.

Resulta paradójico que un club tan adinerado como el ruso y con un presupuesto faraónico para reclutar a quien se proponga en cualquier demarcación vaya hoy en día tan escaso de centímetros e interiores determinantes. El declive físico de los veteranos Hines o Hunter, la intrascendencia de Bolomboy o el día aciago de Peters obligaron incluso a Itoudis a rescatar del anonimato a Vorontsevich, pero nadie fue capaz de discutir la supremacía de un gigante galo carne de la NBA en muy poco tiempo se si impone el sentido común.

Poirier tejió una hegemonía incuestionable, pero el resto del entramado azulgrana funcionó como un reloj suizo. Prácticamente nadie desentonó en un día para osados. Desde el paso al frente de un Shengelia sin ritmo pero con un corazón enorme hasta el instinto asesino de Hilliard en el epílogo con varios triples providenciales, pasando por el oficio de Huertas, el sobrio trabajo de intendencia del boina verde Garino y la infinita variedad de recursos de Shields. Acaso Vildoza fue la única nota discordante en un cuarto final donde generó mucha inseguridad al frente del timón.

Afortunadamente, la pobreza táctica de un CSKA reducido simplemente a la búsqueda del triple y con tramos de un baloncesto anárquico evitó males mayores. El Baskonia ha dado el gran golpe, pero el camino hacia la gloria todavía promete ser tortuoso. l