Vitoria - El duelo del pasado martes había marcado el camino con todo lujo de detalles. El equipo se conjuró en torno a su afición y salvó el primer match ball de la serie a partir de un juego coral y solidario que estuvo adornado con una sensacional fluidez en las transiciones que sometió a base de fe y confianza al conjunto turco. Así que si Baskonia quería ayer volver a levantar su segunda bola de partido lo sencillo era repetir el mismo guión que entonces. Sin embargo ayer, Fenerbahce fue más Fenerbahce que nunca, y Zeljko Obradovic, el nuevo sultán de Estambul, volvió a impartir otra lección de baloncesto que sumió al conjunto azulgrana desde los primeros compases en el más absolutos de los desvaríos. Y por ahí se fueron escapando los turcos sin aparente oposición hasta alcanzar una serie de rentas que a la postre resultarían definitivas. No tuvo ayer Baskonia ni la agresividad, ni la concentración ni la chispa que el momento exigía, y así es altamente improbable, por no decir imposible, que un equipo como Baskonia pueda siquiera plantar cara a un conjunto como Fenerbahce.

Un rival que ayer, salvo un puñado de minutos en el tercer cuarto, cuando la escuadra vitoriana llegó a recortar distancias hasta colocarse a siete esperanzadores puntos (62-69), volvió a imponerse en todas las facetas del juego, lo que le convierte a estas alturas en uno de los grandes favoritos, sino el que más, a llevarse la F4 de Belgrado. Escogió en definitiva el plantel baskonista el peor día para ofrecer la peor de sus imágenes en la despedida de su afición en la presente Euroliga. Un punto final amargo para una temporada continental que comenzó muy mal -cuatro derrotas consecutivas- pero que al menos ha servido para comprobar el crecimiento de un equipo al que ahora solo le resta el señuelo de la Liga para evitar caer en la desidia.