Sin bases, no hay paraíso que valga en el baloncesto. Una máxima que el Baskonia está sufriendo como pocos en la presente temporada. Se marchó en el pasado mercado estival Shane Larkin rumbo a la NBA y desgraciadamente su sombra sigue siendo alargada muchos meses después. En otro partido decisivo que suponía un termómetro para la dirección de juego, el trío de hombres en manos de Pedro Martínez dio la de arena y lastró al equipo vitoriano hasta límites insospechados.

El titánico esfuerzo de hombres como Beaubois, Shengelia y Timma acabó en la basura. A diferencia de la afinada orquesta culé, donde Heurtel ejerció como un solista de lujo pese a su inocente pérdida final que dio una vida extra al Baskonia, casi todas las canastas vitorianas procedieron de la magia y del inmenso talento individual del escolta francés o del ala-pívot georgiano. El flujo de alimentación procedente del timón fue más bien escaso. Donde Heurtel opuso clarividencia y cordura, Granger, Heurtel y Vildoza no hicieron más que añadir confusión a unos ataques sin rigor alguno. Ante la inoperancia de los dos primeros, tuvo que ser el argentino quien disputase los minutos calientes. Sin embargo, todavía está muy verde como para ponerle toda la responsabilidad encima de los hombros.

Pronto quedó patente en el Gran Canaria Arena que el flamante Barcelona de Svetislav Pesic no tenía nada que ver con el infausto pilotado por Sito Alonso en los últimos meses. El Baskonia volvió a estar descabezado en la dirección y vivió momentos de zozobra en los que se vio zarandeado sin piedad por un rival con el cuchillo entre la boca que puso un altísimo listón a nivel físico y al que no le importó acumular faltas con tal de dificultar la ofensiva vitoriana. Lo logró con creces.

Al inicio del segundo cuarto, y como prueba inequívoca de la inestabilidad del timón, Pedro Martínez ya había colocado a sus tres bases sobre la pista insular. Las tempraneras faltas de Granger y la autopista exenta de peajes que encontró Heurtel con la defensa de Huertas obligaron al preparador catalán a tirar de Vildoza, que tampoco ofreció la estabilidad esperada y, como sus dos compañeros, estuvo a merced del tempo impuesto por Heurtel y Ribas. El uruguayo tampoco mejoró tras el descanso con un individualismo pernicioso. Por su parte, el brasileño ni siquiera compareció tras los horrendos minutos en su primera intervención.

El Baskonia siempre navegó a contracorriente e hizo la goma a partir de la recta final del primer cuarto. Con la lengua fuera y obligado a exprimir a sus titulares durante muchos minutos ante la insignificante respuesta de los suplentes, nunca le cogió el pulso a un partido donde Oriola le castigó especialmente con su verticalidad hacia el aro y sus incesantes rebotes ofensivos. Solo la álgida producción ofensiva de su columna vertebral, integrada por Beaubois, Timma y Shengelia le permitió prolongar el sueño de la semifinal. A la postre, pesaron más en la balanza los deméritos de los bases que la letal pegada de este trío.

Granger. Cometió rápidamente su segunda falta y enfiló el camino del banquillo. Tras el descanso, sus brotes de individualismo sumergieron al Baskonia en un callejón oscuro.

Huertas. Horrendos minutos durante la primera mitad en los que permitió el lucimiento de Heurtel. Fue un espectador de lujo tras el descanso, ya que Pedro Martínez le retiró la confianza.

Vildoza. También tomó malas decisiones y desperdició todos sus tiros de campo.