- Los aficionados del Baskonia van a necesitar definitivamente un desfibrilador a mano cada vez que se dispongan a presenciar un partido continental del Baskonia, ya sea en directo en el Buesa Arena o a través del televisor. La presente edición de la Euroliga está deparando un sinfín de finales no aptos para cardíacos y resueltos por nimios detalles. Un golpe de genialidad de un jugador en el uno contra uno, un rebote que se marcha al limbo, un tapón providencial que precede un costa a costa, la sangre fría desde la línea de personal... Cada victoria o derrota se mide en función de una acción muy concreta que, a menudo, no está condicionada ni al trabajo de la semana o la meticulosa preparación táctica del choque en cuestión.

Este Baskonia tan bipolar se debate casi todas las semanas entre dos polos opuestos como abandonar la pista con el pecho henchido o, por el contrario, frustrado ante un desenlace fatídico. Parece no haber un término medio para un colectivo que vive permanentemente en el alambre corriendo el riesgo de despeñarse hacia el vacío. La angustia se ha convertido ya en una compañera de fatiga de un equipo revivido en Málaga que afronta la última parte de la maratoniana fase regular con las opciones intactas de inmiscuir su nombre entre el selecto grupo de elegidos.

Para el malherido corazón de los incondicionales azulgranas más acérrimos, se está haciendo cada vez más difícil soportar la terrible incertidumbre derivada de cada comparecencia del Baskonia, una tendencia que se ha agudizado más si cabe durante las tres últimas jornadas. Epílogos taquicárdicos que han salido dos veces cruz y una cara en los últimos segundos, incluso décimas, mientras las uñas estaban en carne viva y los nervios a flor de piel.

Dicen que la línea entre el éxito y el fracaso en el mundo del deporte profesional suele ser, en ocasiones, muy delgada y el Baskonia lo está comprobando más que nunca en la presente Euroliga, especialmente desde que Pedro Martínez cogiese las riendas azulgranas tras la renuncia de Pablo Prigioni al cargo. Bajo la dirección del entrenador catalán, ocho partidos de la máxima competición se han resuelto a favor o en contra por una diferencia de apenas cuatro puntos.

Hubo un largo tramo de la temporada en el que al cuadro vitoriano le sonreía la fortuna y era capaz de salir victorioso de muchas citas al filo de la navaja, pero esta inercia positiva en los finales igualados comenzó a torcerse coincidiendo con la visita al Fenerbahce. Tras la ajustada caída ante el vigente campeón, llegaron los aguijonazos mortales de necesidad por parte de Rudy Fernández (Real Madrid) y Jordan Theodore (Armani Milán) que frenaron el ascenso vitoriano en la tabla clasificatoria.

Sin embargo, la última visita a Málaga ha devuelto la sonrisa y servido nuevamente para comprobar la templanza y sangre fría del maratoniano baskonista, que tras jugar con fuego y ver cómo algún error garrafal por parte de Jayson Granger permitía al Unicaja nivelar la contienda diseñó una jugada ganadora en la pizarra para agarrarse con fuerza a la Euroliga. Apremiado por el final del tiempo reglamentario, Shengelia rompió líneas por el centro de la defensa costasoleña y, tras verse encimado por Augustine, dobló el balón para que Timma, completamente solo y a placer, rubricara debajo del tablero el 83-85 definitivo.

Gracias a esa providencial canasta del alero letón, el jueves quedó satisfecho un doble objetivo en el Martín Carpena: ver ampliado el colchón de seguridad respecto al Unicaja y, sobre todo, mantener la persecución sobre el Khimki y el Maccabi, los dos rivales que más a tiro se encuentran del Baskonia para tratar de asegurarse una plaza dentro del Top 8. Tras el éxito en tierras andaluzas, ya llueve algo menos.

La conclusión de lo anterior es que la Euroliga se ha igualado al máximo por la parte de arriba y, si bien hay conjuntos adinerados como el CSKA y el Fenerbahce que viven en otra dimensión gracias a su astronómico presupuesto, cualquier partido es de la máxima dificultad.