vitoria - Si hay un puesto del Baskonia que está sufriendo constantes sacudidas en los últimos tiempos y no encuentra la ansiada estabilidad, ese no es otro que una dirección de juego presidida por un incesante baile de nombres desde que Thomas Heurtel fuera traspasado al Anadolu Efes a finales de 2014 ante su negativa a renovar. Con el adiós ya confirmado de Shane Larkin, al que el Barcelona ha tentado mediante una oferta astronómica que el club azulgrana decidió finalmente no igualar el pasado viernes, emerge la imperiosa necesidad de tener que remodelar nuevamente una demarcación crítica.

Ninguno de los bases que terminó el pasado curso a las órdenes de Sito Alonso tendrá continuidad en el futuro proyecto que liderará un novato como Pablo Prigioni. A las órdenes del argentino, estará con total seguridad su prometedor compatriota Luca Vildoza en el rol de tercer base, mientras que un escalafón por encima se ubicará casi con total seguridad Jayson Granger, pendiente aún de hacer realidad su sueño americano y cuyos derechos en la ACB pertenecen al Unicaja.

Tras las reiteradas negativas de Larkin a renovar, sin embargo, el Baskonia se ve apremiado para reclutar a un primer espada que cubra el enorme vacío que deja el de Ohio. Además, la apuesta para el banquillo de un antiguo timonel como Prigioni, que buscará una prolongación en la pista de su máxima confianza, obliga más si cabe a acertar de pleno con el elegido para conducir un timón de carácter inestable.

Porque, desde el adiós de Heurtel, ningún director de juego adquirido por el Baskonia ha podido completar dos temporadas enteras en la capital alavesa. Un dato sonrojante teniendo en cuenta que el club se ha distinguido en el pasado por contar en ese puesto con jugadores muy arraigados, léase Pablo Laso, Elmer Bennett o el propio Prigioni. Sin llegar a esos niveles de longevidad en Vitoria, otras figuras como Marcelinho Huertas o Zoran Planinic sí pudieron completar al menos un ciclo de dos años y proporcionaron algo de estabilidad en la historia reciente.

Entre algunas fallidas apuestas y la extrema dificultad para retener a bases que se han labrado una notable reputación en el Buesa, el objetivo del Baskonia de hacerse con una pareja estable está quedando en agua de borrajas. En el primer grupo hay que ubicar a Rochestie, Hodge o Perkins, cuyo paso fue decepcionante a todos los niveles. Más fructífera resultó la elección prácticamente al unísono de Adams y James, tan denostados al inicio por su individualismo pero que terminaron ganándose el fervor de la cátedra con un estilo vertiginoso y centellante al que poca gente estaba acostumbrada en Vitoria. Tal y como ha sucedido ahora con el codiciado Larkin, los eléctricos estadounidenses emigraron por culpa de sendas ofertas inalcanzables para la tesorería azulgrana.

Recuperar la solidez brindada por algunos binomios célebres constitute desde hace tiempo una asignatura pendiente en las oficinas de Zurbano. Cuando se acierta plenamente en la identidad del titular, falla el complemento. Así ha sucedido en esta última campaña, donde Larkin estuvo demasiado solo ante el peligro con el titubeante rendimiento en primera instancia de Rafa Luz y más tarde de Laprovittola.

El último base que se consolidó como baskonista durante un cierto tiempo fue el para muchos denostado Heurtel, que siempre malvivió por la ausencia de un escudero solvente. El galo permaneció tres años y medio en Vitoria, algo de lo que no presume ninguno de sus herederos. Por tanto, será bienvenida en el futuro la llegada de un timonel de calidad que por fin eche raíces.