Si se realizara una encuesta, probablemente resultaría harto complicado encontrar a alguien que no haya sufrido en sus propias carnes los demoledores efectos de una dura resaca. Ese mal cuerpo generalizado que impide realizar las acciones más cotidianas con un mínimo de normalidad y que conlleva un sufrimiento máximo incluso cuando solo se pretende descansar. Pues bien, unas sensaciones muy similares a estas debió sentir en la noche de ayer el Baskonia. Como si el fin de semana navideño hubiese dejado un desagradable regalo, el conjunto vitoriano protagonizó un arranque pésimo que se convirtió en una losa imposible de levantar después.
Como si las piernas y la cabeza estuviesen con un peso adicional encima, el plantel de Sito Alonso se convirtió en un pelele en manos de su rival durante todo el cuarto inicial y buena parte del segundo. Un simple repaso a los datos estadísticos de estos minutos provoca interminables escalofríos. Nada menos que casi ocho minutos y medio tardó la escuadra azulgrana en conseguir su primera canasta en juego. Un tiro convertido por Budinger que situó el 18-6 provisional en el marcador. Hasta entonces, únicamente desde la línea de personal había sido capaz el Baskonia de incrementar su escuálido apartado de anotación.
Si a eso se le añade un inexistente trabajo defensivo que permitía al Gran Canaria convertir prácticamente en cada acercamiento y la pérdida absoluto de la pelea por el rebote, el desenlace parecía inevitable.
Y, desgraciadamente, así fue. La sequía se prolongó hasta que Larkin firmó el 26-8 a falta de 7.19 para la conclusión del segundo cuarto y aunque tras el descanso el conjunto vitoriano mejoró algo sus prestaciones y buscó la reacción llegando a ponerse a seis de distancia en varias ocasiones no pudo completar el milagro. La losa que se había autoimpuesto sobre sus espaldas en el arranque era demasiado pesada y la clara derrota fue inevitable.