Vitoria - No hay nuevos títulos adornando las vitrinas del Baskonia en la recién finiquitada temporada, pero quizá este club haya ganado en este curso mucho más que un simple trofeo. Ha recuperado la identidad que le condujo a ser un grande y ha vuelto a despertar entre sus aficionados esa ilusión de los grandes días de gloria. Una llama que se había apagado después de unas cuantas campañas saldadas con fracasos deportivos y también con unas sensaciones muy negativas. Velimir Perasovic y sus pupilos, semifinalistas en Liga ACB, Copa del Rey y Euroliga, han conseguido que el Baskonia recupere ese carácter que le hizo temido y respetado y han marcado un camino a seguir que ya no se puede abandonar. No quedan títulos para recordar en un futuro a este equipo, pero sí muchas imágenes archivadas en retinas y grabaciones. Y es que en pocas campañas se han vivido tantos partidos y tantos momentos decisivos como en la que se cierra de manera sobresaliente para un Laboral Kutxa que ha regresado por sus fueros a la élite.
Si ya la pasada temporada, de la mano de Ibon Merino, se empezaron a ver claros en medio de la oscuridad, la luz se ha encendido definitivamente de la mano de Perasovic. Casi nadie daba un duro por este proyecto al inicio del curso, pero el trabajo del técnico croata, el asentamiento de jugadores que ya brillaron la pasada campaña y que en la actual han explotado y la divina aparición de Ioannis Bourousis han obrado ese particular milagro, consumado, principalmente, con el regreso a la Final Four. No es un título, pero se celebró como si lo fuera.
La Euroliga ha sido la fuente de las grandes alegrías. En el compendio del Top 16 y la eliminatoria de cuartos de final, el Baskonia recuperó el respeto de toda la Europa cestista. En un grupo en el que sus opciones de clasificación parecían nulas, fue capaz de acabar segundo por delante de los Barcelona, Real Madrid, Khimki y Olympiacos. Fueron noches de baloncesto trepidante, de un Laboral Kutxa pasional que a golpe de épica fue consumando gesta tras gesta para plantarse en la antesala de Berlín. Allí, sin aparente dificultad, despachó al Panathinaikos por la vía rápida (3-0) para plantarse en la quinta Final Four de su historia tras ocho años de ausencia. Faltó la merecida guinda de pelear por el título, pero una mala gestión de los minutos finales ante el Fenerbahce hizo de la semifinal la cota máxima del equipo.
La penúltima ronda también fue el límite en la Copa de A Coruña, un torneo al que regresaba el equipo después de su ausencia en 2015. A la cita gallega llegó en Laboral Kutxa dando la sensación, tras muchos años, de que podía repetir éxito en su competición favorita. Tras eliminar al anfitrión Obradoiro en cuartos de final con enorme sufrimiento, en semifinales también salió cruz en el último minuto contra el Real Madrid en lo que parecía la final anticipada del torneo.
Mientras, en la competición de la regularidad el objetivo era mejorar las actuaciones de las pasadas campañas, conseguir un puesto entre los cuatro primeros en la fase regular y sobrepasar la primera eliminatoria. El regusto que queda tras la contundente eliminación ante el Barcelona en semifinales es amargo, pero los mínimos se han alcanzado también en la Liga ACB. En esta competición ha sido donde han pesado claramente las limitaciones de una plantilla que por momentos dio sensación de poder aspirar a cotas más altas, pero a la que le pesó la alternancia con la Euroliga para ser cuarta y que al play off ha llegado demasiado justa de fuerzas y rotaciones. En todo caso, el curso es sobresaliente. No quedan títulos para el recuerdo, pero ha vuelto la ilusión, que no es poco.