vitoria - La última jornada de la presente temporada regular se presentaba en la matinal de ayer en el Buesa Arena con un drama en toda regla en el que el Laboral Kutxa ejercía de convidado de piedra. Con la cuarta plaza asignada desde hace varias semanas y nada pendiente por decidir, el encuentro para el plantel de Velimir Perasovic se había convertido en un mero trámite en el que terminar de afinar las piezas de cara al inminente arranque de los play off. Sin embargo, en el otro lado de la pista sí que había muchas cosas en liza. Nada menos que la permanencia una temporada más dentro de la élite de la ACB o el descenso a la LEB Oro para el histórico Manresa que dirige desde el banquillo el vitoriano Ibon Navarro. Pues bien, a la conclusión de los cuarenta minutos reglamentarios el drama se resolvió con lágrimas. Muchas. Pero, contra todo pronóstico, ni mucho menos de tristeza. Más bien todo lo contrario. Y es que el duelo se resolvió con un inesperado final feliz para todos los participantes. Por parte local, porque la escuadra vitoriana se hizo con una victoria, la vigésimo cuarta del curso, que se daba por segura ante la evidente inferioridad teórica y práctica del adversario y, en el lado opuesto, porque el Manresa conquistó una salvación milagrosa. Cuando todo parecía condenarle al maldito descenso a los infiernos de la LEB, desde unos kilómetros más al norte le llegó una ayuda con la que prácticamente nadie contaba.
A falta apenas de siete segundos para que sonara la bocina y con tres abajo en el marcador, los cerca de doscientos aficionados presentes en el Buesa Arena comenzaron saltar de alegría. Unos gestos que no cuadraban con lo que se estaba viendo sobre el parqué pero que rápidamente encontró una explicación. La misma que le llegó a Ibon Navarro y sus jugadores en la banda de inmediato. El motivo de tamaño festejo era la derrota a punto de consumarse del Estudiantes en la pista del Gipuzkoa después de ir por detrás durante toda la contienda. Con un parcial de 15-0 los donostiarras, ya descendidos, dieron la vuelta al marcador para terminar condenando a su rival de ayer a ser su compañero de viaje hasta la LEB Oro. Un resultado que, como consecuencia directa, salvaba al Manresa independientemente de lo que sucediera en su contienda contra el Baskonia. Así pues, las lágrimas asomaron a los ojos de los jugadores y técnicos manresanos incluso antes de que el pitido final dertificase una derrota, ahora ya sí, sin ningunda trascendencia para los de Ibon Navarro.
Hasta llegar a ese punto en el que todo el mundo se retiró a los vestuarios con una sonrisa en los labios, lo cierto es que el duelo ofreció una versión del Baskonia bastante más gris de lo habitual este curso y a un Manresa que, pese a todo lo que se jugaba, en ningún momento perdió la cara al partido. De esta manera, la contienda se movió por cauces de máxima igualdad durante prácticamente los cuarenta minutos. De hecho, durante gran parte de ellos fue la escuadra catalana la que llevó la iniciativa en el juego y en el marcador.
partido gris pero triunfo lógico Sin embargo, las evidentes limitaciones de su plantilla y, por contra, las múltiples posibilidades que ofrece el vestuario baskonista para torpedear a los rivales provocaban que el cuadro rival pudiese llegar a abrir brecha en el marcador. Ni siquiera cuando el Manresa endosó al Laboral Kutxa duros parciales (0-11 en el primer cuarto o 0-9 en el tercero) pudo lograr un mínimo de tranquilidad. En esos momentos de incertidumbre local siempre aparecía algún bombardero local (Adams, Bourousis o James, especialmente en el último cuarto) para restablecer el orden natural de las cosas. Un orden que hizo que, casi por la propia inercia, el partido acabara desembocando un gris pero lógico triunfo del Laboral Kutxa. Fue, en cualquier caso, una despedida feliz para todos.
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Apareció con fuerza en el último cuarto para dar el último arreón al marcador con una notable racha de puntuación y liderar el despegue definitivo del equipo hacia el triunfo.