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A punto de caramelo. Supo corregir la sangría del ‘pick and roll’ central entre Rice y Davis que provocó la zozobra en la primera mitad. Terminó ganando con claridad la batalla a un desbordado Kurtinaitis. Con un equipo menos lustroso que el que maneja el lituano, el croata ha edificado un Baskonia de hierro en el que la química, el sacrificio y el trabajo colectivo son innegociables.

vitoria - La gloria de los cuartos de final de la Euroliga, un sueño utópico cuando arrancó la presente edición continental, ya espera a este embaucador Baskonia, un grupo sin límites. No se le adivina el techo a un equipo con la autoestima por las nubes que ayer dejó atrás a otro rival directo como el Khimki. No solo se conformaron los alaveses con sumar la enésima victoria de prestigio, sino que recuperaron el basket average en otra noche mágica que amaneció con dudas pero derivó en un cuento de hadas. Tras una inquietante primera mitad en la que el talento de los rusos sembró la zozobra en el Buesa Arena, el conjunto de Perasovic se rehizo hasta desfigurar el rostro a un oponente repleto de estrellas pero extremadamente frágil, tibio y huérfano de sacrificio para contrarrestar la furia local.

Resucitó Causeur en una pletórica segunda parte y el Laboral Kutxa encontró un camino exento de obstáculos hacia el ansiado éxito que le coloca de forma virtual entre los ocho mejores del Viejo Continente. El francés, desaparecido en combate en los albores, destapó el tarro de las esencias en el momento oportuno. Con un Khimki entregado, circularon los vitorianos a través de una alfombra roja ante un visitante de plastilina que justificó las razones de su precaria estadística lejos de Moscú. Con cuatro jornadas por delante para la clausura del Top 16, únicamente una hecatombe apartará ya a los de Perasovic de un premio ganado a pulso y buscado con ahínco, tesón y corazón. El premio gordo será en mayo la Final Four de Berlín, que visto lo visto no parece descabellado ante la fortaleza azulgrana y los síntomas de debilidad de las grandes potencias.

El dinero no lo es todo en el deporte profesional. Basta algo de sentido común, trabajo coral y una sensata dirección técnica para reducir la diferencia con respecto a un club dotado de un presupuesto sensiblemente superior. El Baskonia atesora menos nombres rutilantes que el Khimki, pero le supera en todos los intangibles empezando por el juego colectivo y la química. La afinada orquesta de Perasovic solo titubeó en una primera mitad presidida por la supremacía interior de Davis sobre Bourousis. Detectó Perasovic los problemas para atajar la sangría del pick and roll central -Rice se marchó con ocho asistencias en los veinte minutos iniciales- y la tropa alavesa compareció enrabietada para disipar la incertidumbre.

La aparición de Causeur constituyó el punto de inflexión necesario para que la balanza se decantara hacia el colectivo más estable. El repertorio del francés incluyó de todo: triples, penetraciones, faltas forzadas y, sobre todo, una magistral lectura del juego. También creció Bourousis bajo los aros, imprimieron los bases un ritmo infernal que sepultó a un Khimki de plastilina, calentó su muñeca de seda un Bertans proverbial y dejó sin resuello Hanga a un empequeñecido Shved. Nada desentonó para que la fiesta fuese completa.

Los ataques se impusieron a las defensas en una primera mitad vertiginosa y de las que suelen escasear en la Euroliga. Fue la noche perfecta para que los compulsivos anotadores de Perasovic y Kurtinaitis camparan a sus anchas. Pese a la misteriosa ausencia de dos pesos pesados como Honeycutt y Augustine, el Khimki encontró un agujero en la zona azulgrana. Bourousis malvivió ante un incisivo Davis, aunque en ataque le devolvería la moneda desde la larga distancia. Al igual que se sucedió en la ida, la pésima defensa del pick and roll central se tradujo en infinidad de canastas en contra. La clarividencia de Rice resultó demoledora en este sentido.

Si el Baskonia resistió las embestidas rusas y se sostuvo en pie en sus peores momentos fue gracias a las fulgurantes transiciones de Hanga, los triples del poste griego y los chispazos de Blazic. Tras el intermedio, se levantó majestuosa la formación vitoriana para devorar a un visitante apocado y sin sangre para detener las oleadas alavesas. Lo que hace unas jornadas parecía un bonito sueño de verano ya está a punto de hacerse realidad.