Vitoria - La designación de Vitoria como sede de la final de la Recopa de 1996 fue una bendición en todos los sentidos para Baskonia, sin embargo conocer meses después la identidad del visitante que se mediría a los hombres de Manel Comas dejó un regusto amargo en la zona noble del club nada más conocer la noticia. Y es que el problema entonces no era asumir la fortaleza deportiva del rival de turno, el temible Paok griego, sino combatir en las gradas del viejo pabellón a su desafiante afición, especialmente su grupo de ultras Puerta 4, que de un tiempo a esta parte, sobre todo en su Grecia natal, habían sembrado el pánico entre las aficiones a las que se habían medido tanto en competición doméstica como europea.
Así pues, en este este contexto, los esfuerzos por preservar la seguridad tanto en los días previos como el mismo día de la final fueron un asunto prioritario para la Ertzaintza y la Guardia Civil, que desplegaron un dispositivo sin precedentes dado el alto número de aficionados previstos en Vitoria, cerca de 1.500. Al margen de los mandos superiores y las altas esferas de ambos clubes, quizá una de las personas que mejor conoció los entresijos de aquellas 48 horas fue Theo, un griego de pro con un acento castellano casi perfecto que aquellos días se encargó de acompañar al temido grupo ultra desde su aterrizaje en Foronda el jueves 11 de marzo hasta su embarque a pie de Jumbo en la misma pista alavesa 24 horas después, entonces con el ánimo bastante tocado tras la derrota de unas horas antes.
La casualidad ha querido que años después, concretamente los 20 que han pasado desde entonces, el antiguo guía turístico recibiera en el restaurante que regenta en Madrid (la Taberna Griega de la calle Juan de Urbieta, 6) a un baskonista también de pro como Iñaki Larrea, más conocido en los mentideros azulgranas como Lagartijo, que además de ser miembro fundador de la fanfarre Biotzatarrak, que este año celebra su 30 aniversario, es colaborador del blog . Este encuentro fortuito en uno de los miles de locales que ofrece la gastronomía madrileña derivó sin quererlo en algo “especial” cuando los compañeros de mesa de Larrea, dos estudiantiles como Oscar y Marga, le presentaron al bueno de Theo, que en cuanto escuchó la procedencia de su invitado y su tremenda afición por el basket, no pudo reprimir una sonrisa al recordar aquellas 48 horas en Vitoria como acompañante de la bulliciosa afición griega. Ni que decir tiene que a partir de ese momento la sobremesa casi hermana con la cena. Theo hablaba sin descanso y Lagartijo, ojiplático, viajaba al pasado a través de las memorias del griego. Por la gentileza de este baskonista hacia este diario, esta es su historia.
Theo llegó a España en 1978, con 18 años cumplidos, para empezar a trabajar en el mundo del turismo. Unas veces como guía, otras como traductor, organizando congresos... Su afición por el baloncesto, y por el deporte en general, hizo que pronto empezara a acompañar a equipos de fútbol, basket y selecciones nacionales de su país -también grupos de aficionados- en sus desplazamientos por España. Así conoció Málaga o Mallorca en partidos de la UEFA o la Champions, por ejemplo. En uno de estos viajes aterrizó en la Final Four de Zaragoza en 1995, donde además del Real Madrid, a la postre campeón, y el Limoges, llegaron a la final Olimpiakos y Panathinaikos. La coincidencia de los dos equipos griegos en la ciudad maña, unido a su extrema rivalidad, complicaba de forma extraordionaria cualquier trabajo de guía tanto con los equipos como con los respectivos aficionados porque el riesgo de incidentes era no solo elevado sino conocido por todos, lo cual supuso que incluso las autoridades gestionaran alojamientos para los aficionados de ambas escuadras en ciudades distintas. A pesar del control y las medidas previstas, Theo recuerda que por error, dos aficionados del Panathinaikos fueron colocados en un avión lleno de aficionados del Olympiakos.... “Gracias a la mediación de la policía, los dos aficionados consiguieron llegar sanos y salvos”, recuerda hoy con fina ironía.
El año siguiente fue el de la final de la Recopa en Vitoria, con otro equipo griego en liza, el Paok de Salónica. A Theo le llamó la agencia para la que trabajaba y le encargó la “interesante” tarea de recoger y acompañar a una parte de la afición griega, en concreto a un grupo de 300 aficionados. Lo “divertido” de la historia es que se trataba de un grupo denominado como Puerta 4 (en relación a la puerta por la que entran a ver los partidos en su estadio), y en definitiva, el grupo más radical del Paok. Los 300 “angelitos” aterrizaron la víspera del partido en Foronda en un Jumbo fletado especialmente para el partido. Les esperaban seis autobuses y junto con los chóferes, el amigo Theo. “De manera un tanto sorprendente a tenor de lo que se podía esperar de ellos”, se pregunta aún hoy, los 300 aficionados se bajaron del avión de forma absolutamente organizada y tranquila, y en apenas unos instantes estaban todos colocados exactamente en su sitio.
“Ojo con los combatientes” La Guardia Civil les entregó en ese momento las tarjetas de embarque para la vuelta con el propósito de que no hubiera que esperar tras el partido, pero fue la Ertzaintza la que se hizo cargo de escoltar los autobuses hasta la muga con Burgos, en concreto hasta un solitario hotel de carretera en algún lugar entre Miranda y Burgos, capital a la que después fueron llevados para tomar algo. “No hubo ningún problema con nadie en ningún momento”, añade el antiguo guía. Al día siguiente, cuando se encontraban en ruta de camino a Vitoria, dos de los cabecillas del grupo recibieron una llamada de algún compatriota que les advertía del carácter de la Ertzaintza, una policía compuesta por auténticos “combatientes”, de los más duros que se conocían, y que no les iban a pasar ni una. “Les estaban avisando de que ante cualquier incidente, podía haber consecuencias serias. Creo que este detalle, desconocido por mi hasta la fecha, fue clave en el posterior comportamiento del grupo en el pabellón”, asegura Theo.
Antes de entrar en el Araba, la policía autonómica, que ya estaba parapetada con un espectacular despliegue, les volvió a escoltar hasta un descampado cercano donde les registró para evitar la entrada de cualquier objeto peligroso en el pabellón. Los aficionados griegos, un tanto atemorizados por las advertencias recibidas, se portaron de forma “exquisita” en todo momento, aunque bien es cierto que a ese clima de aparente tranquilidad contribuyeron las cuatro andanadas que antes del partido repartió la brigada de Beltzas entre los ultras para marcar territorio. A partir de ahí, todo fue una balsa.
Del pabellón en sí, Theo recuerda que apenas pudo asomarse unos minutos. Su trabajo le impidió ver casi nada del partido. Recuerda un magnífico ambiente, con el campo a rebosar y mucha animación, incluso desde bastante tiempo antes de empezar el partido. Al acabar, el guía griego comprobó cómo sus compatriotas salían de forma tranquila, comentando que el Paok había jugado un partido muy blando y que el Tau había sido mejor. “No percibí enfado ni irritación en el grupo, y sí en cambio una forma muy pacífica de aceptar la derrota”. Los seis autobuses volvieron directamente a Foronda. Al llegar, les abrieron las vallas del aeropuerto y les pararon justo al lado del Jumbo, en plena pista. Estaba todo preparado para que pudieran partir cuanto antes, sin más tiempo que perder. Incluso los propios operarios de la terminal cargaron rápidamente el equipaje de los 300 griegos en el avión, incluída la maleta de Theo, que al darse cuenta tuvo que ir rápidamente a buscarla puesto que él era el único que se quedaba en tierra. “Reconozco que a veces enjuiciamos a ciertas aficiones de forma errónea. De lo que yo he podido vivir en materia deportiva asumo que me he equivocado dos veces. La primera fue ésta y la segunda tuvo lugar en 2001 con los aficionados del Liverpool en la final de Dortmund. En ambos casos, esas hinchadas me sorprendieron gratamente, demostrando que a pesar de todo el historial que pueda pesar sobre ellos las cosas pueden ser distintas de lo que parecen. Y de ello me alegro”, concluye el escuchante Larrea, hábido como pocas veces de reencontrarse este domingo con aquel equipo mítico que el 12 de marzo de 1996 derrumbó al coloso griego enaltecido por una afición eufórica e incapaz de dejar de gritar aquello de: ¡Baskonia, Baskonia!...