Vitoria - Nadie atesora más fe, casta y corazón que este Baskonia, capaz de edificar cualquier imposible en las más adversas circunstancias y convertido en una china en el zapato de los más poderosos. Es una incógnita ahora mismo saber hasta cuándo le durará la gasolina y si soportará este ritmo durante los frenéticos próximos meses, pero de lo que no hay duda es que ha vuelto a prender la mecha de la ilusión y hace concebir grandes esperanzas en la temporada de la reivindicación y la reconquista de los valores extraviados. Aunque matemáticamente no está amarrado todavía el billete para el Top 16 o la Copa del Rey, la silueta azulgrana hará acto de presencia en ambas citas en próximas fechas. Por convicción, orgullo, trabajo, entusiasmo y calidad en algunas piezas de su engranaje, únicamente es una cuestión de tiempo que ambos objetivos terminen haciéndose realidad.
Otro gigante europeo besó ayer la lona y acabó derretido en la incandescente hoguera del Buesa Arena, una fortaleza inexpugnable en la que la formación vitoriana infligió la primera derrota doméstica de la temporada al ogro culé. La agonía tuvo un final feliz ante el júbilo de una grada entusiasmada por el despliegue físico vitoriano ante un dragón de tantas cabezas. El sufrimiento recompensó el tesón de un grupo que ha hecho de la dureza mental y la supervivencia dos señas de identidad intransferibles. A este Baskonia hay que rematarle cuando está groggy porque tiene más vidas que un gato.
Un estilo impregnado por Perasovic, el arquitecto que dirige con puño de hierro a un ramillete de soldados disciplinados y que aguanta estoicamente cualquier golpe. Sólo Adams y James, dos monedas al aire, tienen barra libre para saltarse un guión estudiado al milímetro y hacer la guerra por su cuenta. Mediado el último cuarto (56-63), parecía el cuadro alavés rendido a la lógica, pero una vez más sacó fuerzas de flaqueza en otro titánico ejercicio de supervivencia. Tras remar lo que no está en los escritos, un mate de Hanga y dos tiros libres de Tillie alumbraron la enésima prórroga de la temporada. Sonó a música celestial. En los cinco minutos suplementarios, la disputa fue desigual entre un anfitrión lanzado y un visitante apocado que interiorizó que su ocasión ya había pasado. Y todo ello bajo el paragüas de un Buesa Arena que brindó la energía extra para reducir a un Barcelona demasiado cicatero que purgó la estrategia conservadora de su entrenador.
Con menos recursos y fondo de armario pese a la baja de última hora de Navarro y el descarte de Vezenkov, el Laboral Kutxa fue indultado en la última posesión que dio paso a una prórroga. Manoseó en exceso el balón Arroyo y el tiro forzadísimo de Perperoglou ni siquiera tocó el aro. En el tiempo extra, el Barcelona ya fue un forastero entregado que se rindió a la magia de Causeur y la dictadura interior de Bourousis. Antes de que el galo y el griego ofrecieran las imprescindibles gotas de cordura, el fuego a discreción de un pirómano llamado Adams sostuvo a los alaveses en los instantes de encefalograma plano.
Pascual apostó de inicio por el músculo de Samuels y Lawal para endurecer el juego, pero los réditos fueron escasos ante la escasa pegada de ambos. Casi cinco minutos precisaron los culés para inaugurar su casillero por mediación de Satoransky mientras el Baskonia había colocado la velocidad de crucero con un esperanzador 9-0 inicial. El poderío de la interminable rotación blaugrana comenzó a dejarse sentir. El pick and roll entre Ribas y Tomic o la mordiente del veterano Perperoglou destaparon las dudas en la defensa de Perasovic, que volvió a apostar en varios tramos por sus dos bases para mantener un vivo ritmo de partido. Con múltiples variantes para ganar por aplastamiento, el Barcelona terminó quemado en la hoguera y con alguna de sus estrellas en el banquillo. Queda estirar este estado de gracia lo máximo posible.
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Intrascendente en la primera mitad, el galo fue un factor clave de la remontada en la recta final con su determinación en las entradas. Ocho puntos llevaron su firma en la prórroga.