La noticia más llamativa del derbi fue precisamente que no hubo derbi. Sólo tuvo un color, el azulgrana, gracias a un monólogo que no dejó ningún rastro de duda y ahorró a las primeras de cambio el interés respecto a la identidad del ganador. Goliath empequeñeció a David con una facilidad insultante. Se gustó y acabó sobrado un Baskonia que impuso su jerarquía en el San Sebastián Arena 2016 y continúa su escalada en la ACB. Ya tiene a tiro la quinta plaza en manos de un Joventut venido a menos y no pone freno a su ambición en una fase regular donde su rendimiento describe una nítida línea ascendente mientras la llama de otros rivales directos se va apagando con el paso de las jornadas en un escenario cada vez más idílico.

Frente a un desdibujado, inoperante y manso Gipuzkoa Basket, la tropa alavesa se convirtió en un caballo desbocado al que ni las sensibles ausencias de su engranaje ni el agotador cansancio físico y emocional derivado de la refriega ante el Olympiacos pudieron reprimir su ira. Para cuando rompió a sudar, el agujero ya estaba conseguido en el marcador ante un rival con las legañas en el rostro y autoconvencido de su inferioridad. Capitaneado por un magistral Causeur, inmerso en un dulce momento y gobernador de una plácida matinal hasta su merecido descanso, el Laboral Kutxa apeló a sus célebres señas de identidad para triturar a un Gipuzkoa intimidado y acobardado desde el salto inicial. Aprovechó la inercia continental mordiendo atrás, negando líneas de pase, imprimiendo un ritmo diabólico y extrayendo petróleo de su conmovedora superioridad física.

Para coronar la actuación más convincente a domicilio de la presente campaña, acreditó una pegada mortal de necesidad desde el 6,75. Fue la matinal soñada por dos motivos: el baño de confianza para algunas piezas con dudas en el equipaje y la tregua concedida a otros efectivos dosificados en el epílogo con el asunto ya liquidado. La fragilidad donostiarra y la altanería vitoriana se confabularon a partes iguales para que floreciera la sideral diferencia entre los dos contendientes. Nada desentonó en una mañana para enmarcar en la que el Baskonia golpeó desde todos los frentes hasta cortar la respiración a un Gipuzkoa desbordado y al ritmo de una tortuga. Y es que fue un derbi de dos velocidades diametralmente opuestas: la cansina del anfitrión y la vertiginosa de un forastero fiel a un patrón de juego con el que está dispuesto a morir hasta el final de curso con independencia de posibles disgustos por el camino.

Exhibición coral Los pupilos de Ponsarnau no aguantaron ni un asalto y besaron la lona a la primera embestida visitante. Porque no quiso sestear un Laboral Kutxa decidido a cortar de raíz la ilusión que anidaba en el bando guipuzcoano para certificar virtualmente la salvación. Acometió su defunción por la vía rápida con una dentellada inicial que dejó a un modesto de la ACB sin resuello. Tras el descanso, evitó levantar el pie del acelerador e hizo sangre gracias a un elogiable espíritu inconformista. Ibon Navarro pareció apiadarse de su rival sentando a sus mejores exponentes en el último acto, pero el colmillo afilado de varios suplentes como James o Ilimane agravó más si cabe la herida local. En definitiva, una auténtica escabechina para alimentar la autoestima en vísperas de un desplazamiento trascendental a Milán.

El abrumador cuadro vitoriano no se dejó, en realidad, nada en el tintero. Todos sus integrantes respondieron de forma espléndida. Los bases recuperaron la electricidad de los mejores días sin caer en el individualismo, Causeur se convirtió en el mejor director de orquesta con una partitura celestial, Bertans paseó su instinto asesino y los pívots tiranizaron la zona ante una oposición inexistente. Ante semejante diluvio universal, el Gipuzkoa terminó reducido a escombros y agradeció el bocinazo final para dejar atrás el suplicio.

Con una notable efervescencia atrás, un baloncesto de tiralíneas y la precisión propia de un cirujano, siempre precedida de una notable circulación de balón, el Baskonia abandonó la plaza de toros por la puerta grande y con el pecho henchido. En definitiva, un oasis de contundencia lejos del Buesa Arena en una campaña donde ya ha adquirido la imprescindible velocidad de crucero y no renuncia a asaltar esa codiciada cuarta plaza que le concedería la ventaja de campo en el primer cruce de las series finales por el título. Algo inviable hace unas jornadas pero que empieza a coger forma ante la solidez azulgrana y los titubeos de sus contrincantes.