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Dos caras distintas. El Baskonia quemó una nueva etapa de la fase regular con más pena que gloria y con la ley del mínimo esfuerzo. La primera parte fue tan horrenda que el equipo se ganó la ira de la grada. El vitoriano tiene un arduo trabajo para recuperar a jugadores bajo mínimos (James y Begic) que no están dando una a derechas en los últimos tiempos. Ilimane volvió a ser una figura decorativa.

vitoria - Sólo Ibon Navarro conoce los decibelios de la reprimenda hacia sus pupilos en el intermedio. Se mirarían a la cara y se dirían de todo menos bonito porque el decorado varió de forma espectacular. La arenga del técnico vitoriano hizo mella ante la transfusión sanguínea experimentada por el Baskonia. Tras veinte minutos iniciales para la basura, rebosantes de apatía y con el público de uñas, el conjunto vitoriano despertó del letargo para terminar domando a un frágil Andorra y seguir una jornada más en posiciones de play off. Un parcial de 12-0 a las primeras de cambio forjó la reacción. Bastó un arreón en el tercer cuarto para delimitar la sideral diferencia entre un clásico de la Euroliga y un recién ascendido. Y todo ello en medio del sopor y con unas gradas semivacías tras el sobrehumano desgaste físico y emocional que supuso la visita del CSKA.

Por lo atisbado en las últimas semanas, no se encuentra para grandes alardes el Laboral Kutxa cuando debe compatibilizar esfuerzos en dos frentes tan exigentes en un corto intervalo de tiempo. La gasolina no da exhibiciones continuadas, sobre todo cuando hay jugadores fuera de combate (Shengelia), infrautilizados (Ilimane Diop) y sumidos en un bache preocupante (James y Begic). En el universo azulgrana, hay demasiados integrantes necesitados de una buena inyección de confianza para que este curso acabe con una sonrisa en el rostro. El Andorra, afortunadamente, no elevó esta vez en exceso el listón de la exigencia.

En una velada insípida que retrató el paupérrimo nivel del cuadro del Principado y donde el ínclito árbitro Dani Hierrezuelo se ensañó con el más débil al expulsar a Joan Peñarroya, emergió una victoria con la que todo el mundo contaba. Sin embargo, se empeñó la formación alavesa en añadir picante a un encuentro que no necesitaba sobresaltos como los de la primera mitad. Con un juego calamitoso que propició pitos, se retiró a los vestuarios con un resultado inquietante (34-39). El conato de insurgencia visitante no pasó a mayores en cuanto Navarro apretó las tuercas a sus discípulos en el pertinente periodo para la reflexión. Entonces, surgió otro Baskonia más aguerrido, dinámico y atinado sostenido por el frac del elegante Causeur y el oficio de San Emeterio, dos exponentes de la vieja guardia que conocen como nadie los entresijos de este juego. Más allá de los fogonazos de ambos exteriores y la sobriedad de Tillie, pocas más luces hubo que rescatar ayer.

Del heroico esfuerzo para doblegar a un gigante como el CSKA a la desidia, la desmotivación y la autocomplacencia detectadas frente a un modesto de la ACB. Tras una refriega de alto calado como la vivida 48 horas antes, siempre llega un alarmante bajón de intensidad. El Andorra, un visitante propicio para cicatrizar las heridas abiertas en el último derbi liguero de Miribilla, extrajo petróleo en la primera mitad de la fantasmagórica actuación azulgrana. Fue el Baskonia un colectivo anárquico, melancólico y extremadamente blando que se ganó con todo merecimiento la música de viento de los contados valientes que soportaron el tedio en un desértico Buesa Arena.

Ni el cartel del forastero ni el horario discotequero otorgaban antes del salto inicial cierto atractivo a una velada descafeinada, pero el Baskonia se empeñó con sus desatenciones atrás y su lastimoso individualismo en ataque en colmar la paciencia de los aficionados. Retrocedió varios pasos atrás y revivió fantasmas un conjunto preso de la desgana y desangrado por el desgobierno al frente del timón. Se empeñaron Adams y James en hacer la vida por su cuenta obviando que el baloncesto es un juego colectivo y faltaron los exigibles brotes de intensidad para impedir que varios jugadores visitantes -léase Jawai y Bogris- campasen a sus anchas.

Huérfano del sentido colectivo, incapaz de hacer circular el balón como corresponde y ultradependiente del tiro exterior, el Laboral Kutxa minimizó daños en una horrenda primera mitad que propició el toque de corneta. Tras permitir que el Andorra se le subiera a las barbas merced a una pasividad asombrosa, encarnada en alguna pieza desafinada como Begic, los alaveses se despojaron las legañas a tiempo y salvaguardaron su integridad. Unos minutos calientes de Causeur, el jugador más cerebral de la noche, y un aluvión de tiros libres sirvieron para poner tierra de por medio.

El mínimo esfuerzo. El Baskonia compitió en la primera mitad con una perniciosa desidia y autocomplacencia consciente de que un simple arreón le bastaría para doblegar a un recién ascendido como el Andorra. En ese tramo de tiempo, se ganó la música de viento procedente de una grada descontenta y estupefacta por la pasividad de sus pupilos.

El oficio de los exteriores. Causeur y San Emeterio, conocedores del juego, fueron los solitarios faros de luz de un equipo que impuso la lógica en cuanto elevó los decibelios defensivos y dio una vuelta de tuerca a su intensidad. Con un parcial de 12-0 en el arranque del tercer cuarto, una nueva victoria acabó en el zurrón.

Elegante, cerebral y con un sentido de juego colectivo, protagonizó los momentos de mayor lucidez en el Baskonia. Sobresaliente en todas las facetas y un puñal para el Andorra.