81-74

Sufrimiento al límite. El Baskonia parecía haber dado con la tecla del buen juego, pero el equipo alavés dio ayer un nuevo paso atrás. Le salvó el coraje, la fe y la calidad individual después de estar excesivo tiempo a merced del ritmo lento del Nizhny. Emergieron nuevamente la ansiedad y los ramalazos de individualismo por parte de los bases, aunque esta vez se ganó un final apretado.

vitoria - Destapó el tarro de las esencias en Madrid y cayó con buenas dosis de crueldad. En cambio, el Baskonia contrajo ayer méritos para sufrir una nueva decepción continental y se salvó de la quema merced a tres redentores minutos finales plenos de determinación y furia. Si hace días maldijo la escasa fortuna que se tradujo en su doloroso adiós a la Copa del Rey, en esta ocasión vivió la cara dulce de un deporte, a menudo, desconcertante y que no premia por igual a los contendientes.

Cada alegría en este Top 16 cuesta sangre, sudor y lágrimas. Las victorias no caen como antaño por arte de magia o del talento que anidaba en unas plantillas descomunales. Ahora, toca adentrarse en el barro más profundo, excarbar hondo, ponerse el buzo de trabajo y, si es preciso, aguardar hasta prácticamente el bocinazo final para asestar el golpe de gracia a un rival superior. Eso hizo ayer un Baskonia que coqueteó con un aguijonazo mortal de necesidad que le habría dejado herido de muerte en la Euroliga. Sus constantes vitales se mantienen vivas tras un parcial de 16-1 que ayudó a sofocar la peligrosa rebelión de un excelente Nizhny, ni por asomo ese rival endeble que muchos vaticinaban antes del salto inicial.

Fue el cuadro de Novgorod un cordero con piel de lobo en un partido incómodo y áspero para el Laboral Kutxa, cuyo instinto de supervivencia forjó su resurrección en el mejor momento. Y es que, cuando sólo han transcurrido tres jornadas, solventó ayer sobre la bocina su primer match ball para continuar respirando en el Top 16. El Nizhny, guiado por un espectacular Rochestie, le hizo la vida imposible durante 37 minutos presididos por la impotencia. Sin embargo, el conjunto vitoriano supo sufrir y esperar su hora pacientemente. Cuando estaba a punto de besar la lona (65-70), tres volcánicos minutos finales le permitieron salir a flote e inaugurar su cosecha de triunfos en esta segunda fase continental.

Un resoplido de alivio para agarrarse a una Euroliga donde ya no brillan por su ausencia las cenicientas y donde cada partido se convierte en un campo de minas. Así lo demostró el, a priori, asequible cuadro ruso, absoluto dominador de los acontecimientos y amo y señor del tempo merced a la imperial actuación de uno de los numerosos expedientes X de la dirección deportiva azulgrana en el último lustro. Siempre a merced del son marcado por el estelar base texano, el Laboral Kutxa vivió un calvario en la velada sin margen de error para reengancharse a la pelea europea. Pese a lo holgado del marcador, que no reflejó los terribles padecimientos desde el minuto inicial, los alaveses salvaron los muebles merced a la fe colectiva, el progresivo desgaste físico de los visitantes, el destajista esfuerzo de Iverson -decisivo con sus rechaces ofensivos y su trabajo oscuro- y la calidad de Mike James.

El eléctrico base estadounidense, un prodigio físico que dejó dos mates para el recuerdo tras sendos costa a costa, relegado a la suplencia en detrimento de Adams y carne de banquillo en su primer ramalazo de individualismo en el segundo cuarto, devolvió el aire a los pulmones de un anfitrión, por momentos, ansioso, revolucionado y confuso. Su providencial triple (76-71) fundió a un Nizhny huérfano de pujanza por parte de su banquillo. Los rusos causaron una grata impresión y vendieron cara su piel. Con un baloncesto sincronizado y coral, siempre llevaron la delantera en el marcador hasta el 40-39 del minuto 26. Afortunadamente, le abandonaron las fuerzas ante la nula mordiente de sus hombres de refresco.

Tras la grata imagen ante el Real Madrid, los peores vicios de la temporada volvieron a reaparecer con toda su crudeza. Frente a un rival que enarboló la bandera de la férrea disciplina táctica, abogó por ataques muy elaborados e imprimió un ritmo cansino, el Baskonia debió remar a contracorriente. Amputado por los pesados grilletes rusos y su propia anarquía, encarnada nuevamente en sus dos bases, estuvo al borde de un nuevo desastre. Entre la magia de Rochestie en la dirección, el oficio de Kinsey, el dinamismo de Thompkins y la contundencia del fornido Parakhouski, el Nizhny campó por momentos a sus anchas en un Buesa Arena demasiado frío que únicamente despertó de otro mal sueño en las postrimerías.

Supervivencia azulgrana. El Nizhny, más cerebral, coral y equilibrado, dominó durante 37 minutos a un Baskonia sin ideas en ataque, individualista en varios tramos y ofuscado ante los pegajosos grilletes rusos. Un embriagador parcial de 16-1 evitó un nuevo sobresalto.

Rochestie, amo y señor. La calidad de James y el destajista esfuerzo de Iverson resultaron determinantes para domar a un cuadro ruso que contó con una imperial versión del exbaskonista, controlador del ‘tempo’ de la velada a su antojo.

Desplazado de la titularidad y cambiado por el técnico al primer brote de individualismo. Sin embargo, salvó el partido con algún mate prodigioso y un providencial triple final.