un público tan entendido como el del Fernando Buesa Arena, que hasta hace no mucho vibraba con los éxitos de un Baskonia convertido en algo más que una alternativa al poder establecido, comienza a perder la paciencia. Pasan las jornadas y el equipo de sus amores, lejos de aprender de los errores y poner tiritas a unas heridas visibles para cualquiera, reincide en unos errores de bulto y más propios de un principiante. El run run de la grada ya se deja sentir en cada partido y eso, desde luego, no es el mejor caldo de cultivo para afrontar el tramo decisivo tanto de la ACB como de la Euroliga. Esa pasión que se desbordaba en el pasado ha dejado paso a los pitos, los constantes murmullos y los rictus de desesperación ante las incesantes desconexiones de un conjunto que transmite muy poco.
Frente a un Lagun Aro convertido en un firme candidato al descenso, diezmado por la sensible baja de uno de sus mejores elementos (Qyntel Woods) y que se antojaba un rival ideal para propinarse un baño de autoestima, el Caja Laboral desaprovechó la enésima ocasión para reivindicarse y cuajar una actuación redonda que eleve la moral del grupo en vísperas de la trascendental final continental en la región de Khimki.
El de ayer fue uno de los clásicos triunfos oscuros de esta temporada que dejan más sombras que luces ante la catarata de errores acaecidos a lo largo de varios tramos. Los fieles del Buesa Arena pueden disculpar muchas cosas, pero no aspectos controvertidos como las gotas de desidia o la escasa agresividad. En este sentido, llueve sobre mojado. Y el Lagun Aro, que llegó a caer por 19 puntos en el tercer cuarto, estuvo a punto de dar un susto al colocarse a siete (82-75) y posesión a favor a poco más de dos minutos para la conclusión. La música de viento retumbó con claridad en ciertos tramos del duelo en los que la tropa de Tabak no dio una a derechas, encadenó pérdidas, se dejó llevar y, en definitiva, fue sonrojado por uno de los adversarios más limitados de la competición.
La falta de intensidad exhibida en los primeros compases colocó a Lampe y Cook en el centro de la diana. Las pérdidas del base neoyorquino y las defensas fraternales del polaco a Doblas constituyeron las taras más sangrantes que el público no dudó en penalizar y obligaron al preparador croata a introducir cambios. Tampoco gustó la enésima pájara de un Heurtel que pasó de ángel a demonio en un breve lapso de tiempo en el segundo cuarto. El irreverente base galo activó al Baskonia, pero de repente se adentró en un callejón oscuro que tuvo su punto culminante en una antideportiva sobre Neto. Por último, la desmedida relajación en los minutos de la basura, que afortunadamente no ocasionó grandes daños, motivó los últimos gestos de irritación por parte del baskonismo. Esa mágica comunión existente entre el equipo y sus seguidores pasa hoy en día desapercibida.