El enfermo sigue en la UVI. El Caja Laboral de Zan Tabak ha sufrido una recaída de la que no acaba de recuperarse. Lo peor es que cuesta dar con la fuente del mal que asedia a un equipo que en cuestión de semanas ha pasado del blanco al negro. Ayer en Atenas el conjunto baskonista dejó que acabaran de marcharse por el desagüe todos los méritos contraídos en el brillante arranque del Top 16 que invitó a soñar con la Final Four. Ante un rival directo en la pelea por acceder a los cuartos de final, el plantel vitoriano se deshizo como un azucarillo y mostró una desoladora incapacidad para competir cuyos hirientes efectos no deberían quedar mitigados o difuminados por el hecho de que lograra in extremis salvar el average particular.

La luz que llegó a desprender el equipo tras el relevo en el banquillo ya no brilla. La duda estriba en saber si se ha apagado o ha quedado sólo momentáneamente eclipsada. Lo que sí parece claro es que las constantes vitales del enfermo azulgrana resultan demasiado débiles como para pensar en gestas o metas demasiado ambiciosas. Aunque eso, en una temporada en la que todo está dando tantas vueltas, resulta incluso arriesgado de afirmar.

El Baskonia, que por momentos llegó a ofrecer una imagen tan pobre como la que se apreció en el debut de Tabak frente al Zalgiris, pudo haber recibido un correctivo de similares proporciones de no ser porque al adversario le faltó instinto asesino y solidez como para propinárselo. El Olympiacos no es ni de lejos el equipo que el pasado curso sorprendió a propios y extraños al alzarse con el título continental. Pero el Caja Laboral tampoco es el mismo que ha sido. No se parece en nada al colectivo alegre, desenfadado y comprometido que llegó a acumular diecisiete victorias consecutivas tras el ridículo del Zalgirio Arena.

A este Baskonia, sobrado de talento pero con carencias, le faltan ante todo agallas para calar la bayoneta, saltar al barro y jugarse la vida en el cuerpo a cuerpo. No hay términos medios para este equipo. O gana brillando o pierde ofreciendo una imagen bochornosa, que fue lo que sucedió en ayer en Atenas por mucho que se quiera celebrar que la desventaja no superara los ocho puntos que habrían supuesto ceder el average particular con el cuadro heleno.

El Olympiacos, que apenas tuvo rival durante un par de minutos, dispone de una victoria más y ha sacado al equipo azulgrana por primera vez desde que arrancó la segunda fase del torneo de las cuatro primeras plazas de la clasificación, las que conceden el derecho a disputar los cuartos de final. Este Caja Laboral deberá cambiar mucho si aspira a recuperar su posición de privilegio. Y no sólo desde el punto de vista táctico o técnico, sino sobre todo desde la actitud, el hambre y el orgullo.

Varias piezas del vestuario azulgrana, algunas de ellas muy importantes, vagan sin pena ni gloria por la cancha en los últimos encuentros. El equipo parece haber perdido el apetito, la sed de gloria, la fe, incluso la vergüenza, para convertirse en un colectivo plano que arroja la toalla ya antes incluso de recibir el primer directo a la mandíbula, como sucedió en el choque de El Pireo.

El partido no tuvo historia. Apenas fue necesario que transcurrieran tres minutos para que quedara claro que iba a convertirse en un paseo militar para el Olympiacos, que amasó su primera ventaja importante (10-2) sin haber concedido apenas tiempo a sus aficionados a ocupar asiento. El equipo de Bartzokas supo administrar la ventaja, que llegó a rozar la veintena, ante la evidente indolencia del rival y sólo en el tramo final, más por exceso de confianza propia que por méritos ajenos, tiró por tierra lo que habría supuesto un golpe sobre la mesa incuestionable pero que al final se convirtió en un balón de oxígeno para un Baskonia que aun así abandonó la pista salió con las orejas gachas.

Tabak necesita resucitar otra vez a un equipo que se le muere, a un vestuario que ofrece síntomas de desunión y apatía. Tiene tiempo y mimbres, pero las sensaciones ahora mismo resultan desalentadoras.