REAL MADRID Draper (2), Llull (23), Rudy (15), Mirotic (17), Begic (0) -cinco inicial-, Carroll (17), Suárez (2), Slaughter (8), Reyes (2), Rodríguez (18) y Hettsheimeir (4).

BARCELONA Sada (2), Navarro (11), Mickeal (26), Wallace (11), Tomic (20) -cinco inicial-, Huertas (13), Oleson (5), Lorbek (17), Jawai (6), Rabaseda (0) y Jasikevicius (0).

Parciales 18-25, 28-24, 14-15, 17-13, 13-13 y 15-18.

Árbitros Hierrezuelo, Bultó y Jiménez. Eliminaron a Mirotic y Reyes.

Vitoria. El clásico derivó en una maratón de fondo que se prolongó durante casi dos horas y media. Lo tuvo primero en sus manos el Barcelona antes de la primera prórroga, el Madrid rozó la victoria más tarde hasta que Lorbek alumbró otro tiempo suplementario con una canasta imposible a falta de ocho décimas previo rebote milagroso de Tomic y, cuando a un exhausto personal amenazaba con darle las uvas, fue el equipo catalán quien mostró la sangre fría necesaria para finiquitar un encuentro interminable que pasará a los anales del baloncesto ACB. Porque los dos colosos regalaron un espectáculo descollante que se recordará en mucho tiempo. Cincuenta minutos agotadores que desembocaron en éxtasis blaugrana y tragedia madridista.

Todos los focos estaban depositados en Navarro y Rudy, pero los principales reclamos mediáticos de esta Copa quedaron difuminados y cedieron el protagonismo a otros lugartenientes de lujo. La estrella culé, lastrada por sus problemas físicos, casi ni se dejó ver. El balear fue una sombra del que suele maravillar. Si el Barcelona resultó vencedor fue por su mayor equilibrio dentro-fuera, su extrema fidelidad al patrón de juego que abandera y también por disponer de un trío de lujo compuesto por Huertas, Mickeal y Tomic que dinamitó la endeble defensa blanca.

El clásico no defraudó las expectativas. Emoción a raudales, continuas alternativas, juego subterráneo y, sobre todo, la sensación de que ambos se hubiesen citado en la final de no haberse tenido que cruzar a las primeras de cambio. Para abrir boca, la Copa deparó un partido disputado a pecho descubierto. Igual que en el último pulso liguero, el Barcelona aceptó gustosamente el intercambio de golpes. Al derechazo de uno al mentón respondía el otro con más contundencia. Amparados en su interminable fondo de armario, ambos conjuntos se enzarzaron en una refriega espectacular y sin cuartel. El dinamismo, la versatilidad y el ritmo vertiginoso de unos y otro hicieron las delicias del respetable, aunque el miedo a ganar se dejó sentir en unas postrimerías demasiado obtusas donde hubo un sinfin de concesiones mutuas.

El cuadro catalán, un lobo con piel de cordero durante los días previos, enseñó pronto los dientes. Suyo fue el dominio y el control del tempo mientras el Madrid siempre iba un paso por detrás. No es que las ventajas resultaran insalvables para el líder de la ACB porque Laso atesora tanta munición en la cuerda exterior que la resistencia de cualquier rival se ve minada progresivamente con el paso de los minutos. Y eso sucedió. Pascual se apoyó en la maravillosa clarividencia de Huertas y el instinto asesino de Mickeal, indescifrable para la defensa blanca durante los tres cuartos iniciales, para mantener a raya al teórico favorito. La suerte del Madrid parecía echada hasta que la parálisis ofensiva blaugrana le echó un capote para llegar vivo a los segundos finales. El primer tiempo reglamentario no fue suficiente para dilucidar la suerte del ganador. El segundo, más de lo mismo. Con las gradas empapadas de sudor y las uñas en carne viva, dos tiros libres de Huertas acabaron con el thriller.