Vitoria. Se sabía antes del partido que el principal peligro residía en el vestuario, pero dio igual. Se había advertido, y el propio Tabak había hecho hincapié en ello, que a este Caja Laboral le cuesta encontrar motivaciones cuando debe afrontar compromisos ligueros ante oponentes en teoría inferiores, pero se volvió a tropezar con la misma piedra. El equipo azulgrana recuperó la apatía con la que había asumido las citas ante Lagun Aro y Murcia y ofreció a su parroquia una exhibición de desidia que, aun así, no bastó para que el Fuenlabrada, un colectivo limitado pero correoso, pudiera nunca opositar con firmeza a dar la campanada.
El cuadro baskonista sumó en el Buesa Arena su undécima victoria consecutiva, la séptima en una ACB en la que ya se ha consolidado como la gran alternativa al Real Madrid. Con el mínimo esfuerzo, gracias al corazón de sus buques insignia, sacó adelante un partido árido y de poca calidad que por momentos adquirió tintes de pachanga. Algunos jugadores pensaron que bastaba con presentarse en el pabellón para obtener el triunfo, y dada la endeblez del visitante casi era cierto, pero el resultado final no puede obviar el mal sabor de boca que deja este tipo de partidos en la afición.
Ni la hinchada ni el entrenador, que en rueda de prensa llegó a hablar de falta de respeto al rival, quedaron contentos con lo que pudo verse ayer en el coliseo de Zurbano. Quedó la impresión de que a poco que los jugadores azulgranas hubieran puesto un poco más de su parte, una dosis mínima de entrega, el choque se hubiera resuelto por la vía rápida. Pero no fue así. El Caja Laboral, como el mal estudiante, dejó los deberes para el final y sacó adelante el examen merced a su innegable capacidad.
El Fuenlabrada llegó a Vitoria con las ideas muy claras y la ambición muy limitada. El conjunto madrileño había hincado la rodilla en sus últimas doce visitas y ni siquiera Trifón Poch podía imaginar de antemano que el destino pudiera servirle en bandeja una ocasión tan pintiparada para competir de igual a igual con el combinado vitoriano. El devenir del duelo, sin embargo, equilibró el abismo que separa a ambas escuadras y, más por abulia ajena que por méritos propios, llegó hasta los últimos minutos con opciones en el marcador.
En realidad la victoria del Baskonia no peligró en ningún momento. Mantuvo a raya al rival, que en el segundo y tercer cuarto logró situarse un par de veces por delante en el marcador, sin apenas despeinarse. Y en el tramo final le bastó con posar el pie en el acelerador para ahorrarse angustias postreras. Pero este tipo de victorias, más allá de confirmar la solidez de un equipo que va sobrado en ACB, no convencen a una afición que siempre ha primado el carácter por encima del resultado.
Fernando San Emeterio y Andrés Nocioni lo saben bien. Fueron los artífices de los ramalazos de rabia que pusieron en su sitio a un Fuenlabrada que había comenzado a creer en las hadas cuando en la primera mitad comprobó que iba a encontrar escasa oposición defensiva en las proximidades del aro vitoriano. Con Feldeine en estado de gracia (16 puntos en la primera mitad), Sené sacando los colores a los desmotivados postes locales y Leo Mainoldi haciendo mucho daño desde el triple, el equipo de Trifón Poch mordió el anzuelo y se dejó llevar. Quiso creer que tenía opciones de llevarse una victoria que de partida parecía imposible.
Al final fue imposible. Gracias sobre todo a que San Emeterio quiso recordar a sus compañeros que los triunfos en este tipo de partidos suman lo mismo en la clasificación que los conquistados ante rivales de postín. Sin que su ardor guerrero sumara a demasiados aliados a una causa que es el leit motiv vital de Nocioni, resultó suficiente para superar a un rival que comenzó a hacer aguas cuando el Baskonia elevó el nivel de exigencia, siquiera durante unos minutos, en el tramo final del partido.
Es posible que en los almanaques el duelo de ayer, difícil de digerir pero fácil de olvidar, quede registrado como el que sirvió para elevar a once la racha de victorias de un equipo que está adquiriendo un nivel de solvencia espectacular. Pero ni a Tabak ni a la afición azulgrana le bastará con eso. Al menos no debería.