quedaban algo más de dos minutos para el final del encuentro y el Caja Laboral mandaba por ocho (80-72) tras anotar Pero Antic. La situación no pintaba bien para Olympiacos, pero esto es baloncesto y cosas más raras se han visto y se verán. Aun así, no había nada que hacer. El rostro de Vassilis Spanoulis bastaba para certificar la defunción prematura del vigente campeón continental. La gran estrella de Olympiacos, postura ya relajada, cara larga, mirada perdida, no parecía por la labor de buscar la heroica. Había tirado la toalla. Se había dado por vencido.

Zan Tabak empezó a ganar por ahí el partido. Había dicho en su comparecencia previa que no tenía previsto hacer nada especial para secar a una de las grandes figuras de la Euroliga, letal para su equipo en los dos enfrentamientos de la primera fase, pero no estaba siendo del todo sincero. Todos sus pupilos tuvieron siempre bien presente por dónde podían esfumarse las opciones de victoria, pero al mismo tiempo también por dónde podía desactivarse la bomba helena. Si se frenaba a Spanoulis, por mucho que el conjunto de El Pireo disponga de un elenco de grandes jugadores, las probabilidades de que el estreno en el Top 16 se resolviera con un triunfo local se multiplicaban de manera exponencial. Y así sucedió.

Brad Oleson se convirtió en una pesadilla para el internacional griego. Desde el salto inicial, el escolta nacido en el frío ardía de ambición. Se había conjurado para congelar a un tipo de corazón caliente que, sin embargo, acabó arrastrado por la desesperación y llegó incluso a prescindir del carácter ganador que lo ha convertido en uno de los jugadores más impredecibles del Viejo Continente.

Si se echa una ojeada a la planilla de estadísticas, podría parecer arriesgado asegurar que Spanoulis jugó un mal partido ayer en el Buesa Arena. Acabó con 18 puntos y (con 17) fue el jugador mejor valorado del equipo ateniense. Pero la imagen de impotencia que mostró en los momentos determinantes, cuando se deciden de verdad los partidos, refleja hasta qué punto resultó determinante y exitosa la apuesta que realizó Tabak para secar a la figura rival.

Oleson, en cualquier caso, no lo logró solo. Fue un trabajo de equipo, que conllevaba riesgos y cedía tiros abiertos a otros jugadores. El escolta de Alaska, que ganó confianza en defensa para brillar en ataque, recibió la ayuda de los interiores, que forzaban dos para unos y alargaban las ayudas al máximo, y tuvo en Causeur a un recambio que aunque en el primer cuarto no fue capaz de tomar su testigo (Spanoulis le endosó dos canastas con falta plenas de clase), acabó también por interpretar a la perfección el plan de Tabak. Clave del éxito.