Vitoria. Josean Querejeta va a tener que empezar a explicar a los socios del Baskonia por qué el club incluye los duelos del Top 16 en las cuentas que saca para establecer el coste por partido de los abonos. El equipo azulgrana se encuentra muy cerca, esta vez sí, de certificar su defunción prematura en la Euroliga. Por segundo año consecutivo, salvo mediación divina que pasa más por creer en las opciones matemáticas que en su baloncesto, el conjunto vitoriano parece abocado a quedarse fuera de una élite a la que le había costado mucho sudor y sangre llegar.

El Caja Laboral se derritió como un azucarillo en el momento en el que se le pedía que exhibiera su verdadera medida. En un duelo que no admitía medias tintas ni titubeos, mostró unos niveles de ansiedad e impotencia que hacen de su más que posible eliminación continental una consecuencia lógica a los méritos contraídos desde que arrancó la competición. En la Euroliga te encuentras con muy pocos equipos débiles, con escasas pistas fáciles. Hoy en día, duela o no, este Caja Laboral se ha convertido en uno de los peores equipos del torneo. O al menos uno de los menos consistentes cuando llegan los momentos calientes. Y el Buesa Arena, los números hablan, es una cancha de la que todos los visitantes se han marchado por el momento con una victoria.

El equipo vive en un continuo querer y no poder. Muestra una debilidad mental que le hace besar la lona al más mínimo revés y parece desconcertado con una dirección desde el banquillo que ayuda lo justo a imponer la cordura. Ivanovic, a quien buena parte de la afición despidió con pitos, volvió a mostrar demasiadas dudas. No sólo con sus decisiones, sino también con un lenguaje gestual que situó a algunos jugadores en el punto de mira.

La cita exigía que el cuadro baskonista echara toda la carne en el asador y lo intentó mientras aguantaron la fe y la confianza en sus propias posibilidades. En un arranque de partido que invitaba a presagiar un desenlace bien diferente, se dejó llevar por la relevancia de la cita y el excepcional aspecto que presentaba el coliseo de Zurbano y amasó unas tímidas ventajas que no tardaron en irse por el sumidero. Como sucedió en la cita frente al Zalgiris, bastó con que el equipo heleno elevara la intensidad defensiva para que las costuras y las dudas del Caja Laboral comenzaran a aflorar.

Con un Spanoulis que manejó a su antojo el partido y tres interiores móviles e intensos como Hines, Powell y Printzesis, el vigente campeón continental no sólo logró adueñarse poco a poco del partido con unas rentas que manejaría con cierta comodidad hasta el epílogo, sino que también sacó a relucir sin demasiado esfuerzo la inconsistencia de un grupo de jugadores que en muchos casos cometieron errores impropios de este nivel.

La exigencia de los duelos trascendentales a los que ha tenido que hacer frente en un margen muy corto de tiempo ha cortado la progresión de un equipo que cuando no está bajo presión es sin embargo capaz de desarrollar un juego más que atractivo. Pero eso vale de poco cuando el objetivo es mirar a los ojos a los grandes clubes del continente y de menos aún cuando lo que viene por delante, porque mientras haya vida habrá esperanza, va a resultar de una exigencia aún más extrema que lo que ya está en los almanaques.

Al nuevo proyecto baskonista le ha tocado ser hombre sin casi haber tenido tiempo de disfrutar la adolescencia. Pero es lo que hay. Se encuentra al borde del abismo y lo peor de todo es que envía señales equívocas que invitan a pensar que en determinados partidos se desanda gran parte del camino recorrido. Grave se antoja también la evidente división que se apreció en el Buesa Arena entre gran parte de la grada y el equipo. O más concretamente su técnico.

Josean Querejeta tiene ahora muchas cosas en las que pensar. La derrota del Armani Milán ofrece un balón de oxígeno que convendría que no fuese sólo una prolongación de la agonía. El problema no son las cuentas, que pueden salir y otras veces lo han hecho. Es el juego.