El doloroso golpe bajo recibido ayer en el vientre por el Baskonia volvió a constatar que, dentro de las numerosas limitaciones de un plantel muy mejorable, la sonrojante falta de liderazgo en la dirección comienza a deparar unos réditos nefastos. El problema radica en que, conforme avanza la temporada, Dusko Ivanovic evidencia una latente desconfianza hacia el trío de jugadores encargados de llevar la batuta, se resiste a definir la identidad del hombre que debe ser su prolongación sobre la pista y se muestra impotente para dar continuidad a uno de ellos ante la falta de respuestas de los tres para dotar de criterio a un colectivo completamente descabezado.

La traumática marcha de Prigioni a los Knicks durante el mercado estival alteró todos los planes de la secretaría técnica. El que debía ser su escudero (Rochestie) pasó a ser por fuerza mayor primer espada y a renglón seguido se acometió el fichaje de un veterano con muchas cicatrices en el cuerpo y de largo recorrido (Cabezas) para complementar al estadounidense. La negativa del club a regalar a Heurtel, predestinado a una cesión, ha originado una superpoblación de efectivos que, a la larga, está siendo contraproducente para los intereses alaveses. Ni Ivanovic se siente cómodo para delimitar los roles ni ninguno de los afectados goza de la confianza necesaria para asumir las riendas con la personalidad que exige un transatlántico como el Caja Laboral. Y la consecuencia directa es un peligroso vacío que mantiene al equipo perdido y sin brújula.

En la jornada de ayer, este desgobierno se vio agudizado hasta rozar el esperpento. Heurtel, de nuevo incluido en el cinco titular, abrió la senda de los despropósitos. Duró apenas cinco minutos hasta que, en medio de la desidia colectiva en un cuarto inicial repleto de defensas fraternales, le relevó un Cabezas que fue una sombra del hombre que ofreció una verdadera exhibición ante el Barcelona. El marbellí, un tipo cerebral donde los haya, tampoco pudo rescatar a los alaveses del caos y del desorden dando paso a un nuevo e infructuoso movimiento. Mediado el segundo cuarto, le tocó el turno a un Rochestie que tampoco alteró el rumbo de los acontecimientos.

Con cualquiera de los tres al mando de las operaciones, el Baskonia fue un bloque desnortado, espeso, huérfano de ideas y preso de la anarquía que estuvo a merced de la cenicienta del grupo. En la acera de enfrente, el escurridizo y menudo base del modesto Cedevita, Marques Green, campó a sus anchas con su solitario 1,65 metros de altura. Junto al curtido Ilievski, el estadounidense controló el tempo a la perfección y guió a los locales hacia su primera victoria continental. Otra velada aciaga que tiñe de sombras el billete hacia el Top 16.