Vitoria. Suspense hasta el final. Condenado a un desempate dramático y angustioso que podía entrar en los pronósticos más pesimistas pero que, sin embargo, cayó como un jarro de agua fría por la crudeza de una derrota inapelable que tiñe de sombras el tortuoso trayecto hacia la cuarta ACB de la historia. Todo o nada en cuarenta minutos en un escenario hostil tras mandarse al limbo el primer match ball. El Caja Laboral se jugará el billete para su octava final liguera en la boca del lobo. El Palacio de los Deportes, donde espera un ambiente infernal y un anfitrión encorajinado por el atracón de confianza que le propinó su reacción de ayer cuando andaba con la soga al cuello, resolverá mañana una eliminatoria rebosante de igualdad en la que el cuadro vitoriano comienza a quedarse sin combustible. Pero queda el consuelo de que torres mucho más altas y santuarios más emblemáticos ya cayeron en el pasado.

Con las serias dudas del maltrecho estado físico de Nocioni, que se vistió de corto sin saltar a la postre al parquet, y Lampe, cuyo tobillo derecho acabó seriamente lastimado, únicamente cabe pensar en una gesta de dimensiones gigantescas para dar la puntilla a un Real Madrid que resurgió de sus cenizas precisamente en un tramo crítico donde precisaba la respiración asistida. En plena efervescencia de un Buesa Arena completamente enardecido que había llevado en volandas a sus gladiadores, un bombardeo atómico cortó la respiración de todos los presentes. Un diluvio universal que brotó de las calientes muñecas de Sergio Rodríguez y Velickovic, ambos tocados por una varita mágica, para cercenar de raíz las esperanzas alavesas.

Herido casi de muerte por un parcial de 8-0 a la vuelta de los vestuarios que amenazaba con reventar el partido y, por ende, la eliminatoria (46-35), los merengues hallaron la pócima del éxito gracias a un descomunal acierto exterior y nuevamente su abrumadora superioridad en el rebote. El monumental atasco azulgrana, refrendado en una incansable búsqueda de triples producto de la precipitación, aceleró una caída imparable. Sumido en la ansiedad y perdido en estériles guerras individuales que le condujeron al abismo, el Baskonia deambuló sin rumbo hasta languidecer tiroteado y malherido por los pistoleros visitantes. El Chacho y un renacido Velickovic, confabulados para originar el estropicio con tres triples por cabeza, abrieron un boquete insalvable ante la incredulidad de una grada incapaz de suministrar el aliento necesario a un equipo desorientado e impreciso.

Durante veintitres minutos, hubo margen para la ilusión. Un tramo idílico en el que la defensa activó sus resortes a la perfección, Lampe y Milko Bjelica causaron estragos desde todos los frentes y el Real Madrid fue incapaz de despojarse la presión derivada de su cercanía al precipicio. Un tiempo muerto de Laso sirvió para dar un vuelco a los acontecimientos. El técnico vitoriano simultaneó la presencia de sus dos bases y el partido se convirtió en una pesadilla. La lluvia de triples a cargo de Rodríguez y Velickovic constituyó una puñalada trapera la autoestima alavesa, minada por una precisión difícil de recordar. Adiós a unos méritos anteriores forjados a golpe de una brillante circulación de balón, la maestría de Prigioni a la hora de ejecutar el pick and roll y, sobre todo, la mano de santo de Lampe para torpedear a la tibia defensa blanca.

La devastora hegemonía del polaco colocó a los vitorianos en órbita. Con un imán para alojar el balón en la red, el uajó un papel antológico -16 puntos en los 16 minutos iniciales- que dejó al Madrid contra las cuerdas. Prueba de su ascendencia en el juego es que, cuando enfiló el camino del banquillo en busca de un merecido descanso, los rebotes defensivos se fueron al limbo con el dúo Teletovic-Nemanja, la clarividencia ofensiva se resintió y un partido claramente gobernado por los locales se estrechó. Lastrado por el absentismo labores de piezas fundamentales en el engranaje, léase San Emeterio y Teletovic, el Caja Laboral se desangró sin cesar. Para tranquilidad de la huestes madrileñas y sus medios afines, no hubo escándalos arbitrales ni conspiraciones en contra de nadie. Aún queda una bala en la recámara.