Nadie tenía dudas sobre cuáles podían ser, y están siendo, las claves que acabarían por definir la eliminatoria de semifinales que están disputando Real Madrid y Caja Laboral. Se aguardaba un pulso por establecer el ritmo. El equipo de Pablo Laso brilla cuando corre, vuela sobre el rival cuando encuentra el campo abierto. Por eso el conjunto azulgrana se había conjurado para evitar que le pillaran a la contra. Había convertido el rebote ofensivo en un asunto capital. Eran las coordenadas en las que debía manejarse el equipo vitoriano para tratar de robar el factor cancha al equipo blanco. El jueves lo logró. Ayer no. Sobre todo tras un tercer cuarto en el que un demoledor parcial en contra (10-0) dinamitó el partido, lo revolucionó, y sumió a ambos contendientes en el contexto que menos favorecía a los intereses del conjunto de Ivanovic.
El Caja Laboral volvió a ofrecer la sensación de haber dado con el antídoto para contrarrestar todas las virtudes del eléctrico plantel de Pablo Laso. Es más, tanto en el primer partido como en los albores del segundo, el Caja Laboral sacó a relucir las carencias, que también las tiene, del que muchos consideraban el principal aspirante al título antes de que arrancara el play off. Pero, como señaló el propio Ivanovic tras el duelo, en una batalla de esta exigencia cualquier despiste se paga a precio de oro. Y ayer en el Palacio de los Deportes el conjunto baskonista abonó el peaje.
El Madrid se soltó los grilletes y tomó oxígeno cuando el partido parecía encarrilado hacia el 0-2 y la ansiedad comenzaba a hacer acto de presencia en algunos jugadores a los que se les empezó a encoger la muñeca. Sergio Llull no entra en esta categoría. El menorquín, pura energía, tan amado por los suyos como repudiado por los contrarios, sacó al equipo merengue de su letargo con un triple inverosímil, no exento de fortuna, cuando se agotaba la posesión. Esa canasta suponía el 36-37. El Madrid, que había sufrido en el primer acto para recuperarse en el segundo y alcanzar el intermedio en tablas (31-31), había vuelto a perder pie. Hasta esa jugada. Hasta ese triple de Llull.
Fortuna merengue Aunque Oleson, que esbozó su mejor versión antes de apagarse en el epílogo, replicó con otra canasta desde más allá del 6,75, (36-40), el Madrid ya se había activado. La bestia había despertado, y además contaba con la diosa fortuna de su parte. Otra excelente defensa del cuadro azulgrana, quizá la última, encontró el severo castigo de otro triple, esta vez de Suárez, cuando amenazaba la bocina. Fue el comienzo del fin. Al combinado baskonista se le fundieron los plomos, se desvaneció al mismo tiempo que el Madrid sacaba a relucir ese baloncesto dinámico y descarado que le ha concedido Laso para matar el partido.
El parcial inaugurado con la canasta de Suárez se extendió hasta poner tierra de por medio. Un mate de Begic sin oposición, otro triple de Velickovic y dos tiros libres del interior serbio, que cuajó un excelente encuentro, establecieron el 46-40. Diez a cero. Y lo peor de todo, la sensación de que la fiera se había escapado de la red que con tanto esfuerzo había tejido un Baskonia que echó en falta el carácter y la profundidad de banquillo de la que hizo gala el jueves ante la ausencia de Andrés Nocioni. Aun así, el equipo azulgrana ha cumplido su objetivo. Ha robado el factor cancha. La serie se puede decidir el Buesa Arena. El contador vuelve a cero. De nuevo habrá que trabajar para que el Madrid de Laso, que ayer lo fue, no pueda volver a ser el Madrid de Laso.