MÁLAGA. A este Baskonia reñido con la lírica y reincidente en su pavorosa enemistad con los aros rivales se le quedan grandes ciertas refriegas de enorme calado. Si ante oponentes de escaso empaque puede enmascarar sus limitaciones y sobrevivir a la permanente miopía que coarta cualquier atisbo de crecimiento, su famélica figura queda retratada en cuanto divisa en el horizonte miuras de un fuste similar o superior. El Unicaja, renacido en la presente temporada, evidenció que el proyecto vitoriano continúa desprendiendo sombras y está necesitado de ciertos reconstituyentes imprescindibles para olvidar los sinsabores de los últimos tiempos. Un traspié que, si bien puede entrar dentro de cualquier pronóstico previo, resultó doloroso por el ejercicio de impotencia.
Únicamente un esperanzador parcial de 0-11 en el cuarto inicial insufló algo de ilusión en una calurosa tarde presidida otra vez por las gélidas sensaciones que transmite un colectivo con mucho por pulir. El problema radica en que, con el esqueleto actual, Ivanovic tampoco puede hacer maravillas para alterar un guión soporífero. Con el grupo menos talentoso de los últimos años y un juego interior tan poco dominador que deja al Caja Laboral a los pies de los caballos, el presente no es halagüeño. Y el futuro, aún menos si el club no agiliza algún movimiento que active los resortes y devuelva la ilusión a una grada cada vez más escéptica.
El Martín Carpena fue testigo ayer de una derrota inapelable para la que no caben paños calientes. Simplemente asumir la inferioridad y levantar la cabeza de cara a futuros compromisos. Pero una cosa es perder compitiendo y otra bien distinta dejar una imagen tan melancólica, abúlica y triste. Lo que ocurrió en la Costa del Sol.
La escasa clarividencia ofensiva volvió a convertirse en una pesada losa. Aquel arrebatador Baskonia de antaño que hacía de su pegada una colosal munición malvive este curso para anotar. Sus partidos a nivel doméstico están cortados por el mismo patrón. Ritmo extremadamente cansino sin que nadie avive la monotonía del ataque posicional, orfandad de contragolpes que coartan la vía más fácil para perforar el aro, búsqueda con cuentagotas del juego interior ante la dramática ausencia de elefantes de nivel... Nada nuevo en un universo azulgrana convulsionado por el inminente inicio de la NBA que obligará a rehacer la plantilla.
Monólogo verde A base de ráfagas resultadistas exentas de un juego mínimamente solvente, selladas en parte gracias a la bonanza de un calendario que tiene reservadas todavía las cimas más empinadas, no se podrá sobrevivir a medio-largo plazo. El Unicaja no acusó el terrible mazazo psicológico propiciado el pasado jueves por Diamantidis en la Euroliga ante un Baskonia que se desangró por todos sus costados a lo largo de una paupérrima primera mitad.
Las oleadas iniciales de Fitch, en el punto de mira por su irregular rendimiento, propiciaron los primeros quebraderos de cabeza. Le tomaron el relevo a renglón seguido Peric y Zoric, dos actores secundarios del cuadro malagueño que camparon a sus anchas ante el absentismo laboral de sus pares. Mediado el segundo cuarto (33-20), tras la enésima canasta más adicional de un integrante local, la sombra de un nuevo traspié ya merodeaba con fuerza en un Martín Carpena incrédulo ante la suficiencia con que se manejaron sus aleccionados discípulos. Sólo la entrada de un acelerado Dragic, los fogonazos de un Seraphin tierno en labores de contención y los arreones de casta protagonizados por Ribas permitieron a los alaveses prolongar la agonía. Pese a que el Unicaja titubeó al inicio del tercer cuarto, enderezó rápidamente el rumbo ante un rival que, sin el fornido poste galo en pista, volvió a refugiarse en el bombardeo triplista. La apuesta de Nemanja Bjelica como falso cuatro acentuó esta peligrosa querencia que siempre constituye una especie de lotería. En las carreras de fondo, y ante rivales de pedigrí como el andaluz, se precisa mucho más para salir vivo de la hoguera. Y este Caja Laboral corre el riesgo de quemarse a menudo.