Si algo positivo tiene Donald Trump es que no finge en sus filias y fobias; lo negativo es que la mayoría de votantes están de acuerdo con los disparates que lleva tiempo anunciando. Es la paradoja trumpista: mientras que lo propio de las democracias es la preocupación de que el ganador electoral no cumpla con sus promesas electorales, en Estados Unidos el temor es el contrario: que efectivamente, Trump cumpla con su palabra y despliegue todo lo prometido.
Durante la campaña electoral prometió aranceles a las importaciones. Las consecuencias de las barreras comerciales, si se llevan a cabo, provocarán el aumento de precios en Estados Unidos con el agravante de que los peor parados serán los hogares con ingresos bajos y medianos. Es decir, la mayoría si esto se confirma. La inflación crecerá a corto plazo aunque el equipo de Trump asegure que los beneficios a largo plazo compensarían los efectos inflacionarios. No menos relevante ha sido la promesa de deportar a millones de inmigrantes indocumentados así como dificultar la entrada a nuevos migrantes, sobre todo latinos, de quienes ha dicho que tienen “genes malos”. El remate sería construir el muro fronterizo definitivo con México, arruinando a este país si antes no lo hacen los aranceles anunciado del 25% a este país y a Canadá, y el 35% para los productos chinos.
Parece sensato pensar que dichas políticas, lejos de aportar beneficios económicos duraderos, causarían graves daños a la economía norteamericana y también a la economía mundial. La muralla arancelaria incrementaría los costes a los productores estadounidenses porque, entre otras cosas, los países perjudicados no se van a quedar de brazos cruzados. Un ejemplo claro sería el acero: Estados Unidos es el mayor importador de acero del mundo que se abastece en decenas de países, entre ellos Canadá, México y China. Un fuerte incremento de los aranceles sobre el acero, impediría el objetivo de Trump de recuperar empleos en sus manufacturas. Es cierto que disminuiría la mano de obra extranjera, pero también la competitividad; sobre todo con China, que lleva tiempo ampliando su presencia en África, Asia y América Latina para abrir nuevas vías de producción y abastecerse de materias primas mientras crece su influencia geopolítica.
Esto lo vemos reflejado en el reciente puerto de Chancay, a 80 km de Lima, financiado por China para conectar a la segunda economía del mundo con América Latina, convertir al Perú en el centro logístico de Suramérica y acercar este mercado a los productos chinos. Y de paso, extraer materias primas del territorio peruano.
Y así hasta 20 propuestas bajo el lema Make America Great Again. En política energética, la promesa electoral es centrarse en la extracción de gas y petróleo, en contra de todas las recomendaciones medioambientales. Pretende cerrar el Departamento de Educación para dejarla en manos de los Estados. Quiere reemplazar la Ley de Atención Médica Asequible (Obamacare) por un sistema que perjudicaría claramente a las clases medias y bajas. Anuncia el desmantelamiento del actual sistema de justicia despidiendo a “fiscales marxistas radicales que están destruyendo Estados Unidos”. Así mismo, ha prometido nombrar jueces conservadores “para que hagan lo que tienen que hacer” (recuerda a José María Aznar, y da bastante miedo). Ha dejado claro que quiere abolir la ley actual sobre armas de fuego para los ciudadanos en cuanto llegue al gobierno, radicalizando su permisividad…
La pregunta sigue en pie: ¿cumplirá el nuevo presidente todo lo prometido? Por ejemplo, ¿será capaz de deportar a 11 millones de indocumentados? ¿Cómo hará para que otros países acepten a personas deportadas masivamente? Quiero creer que todavía quedan personas inteligentes entre los republicanos, capaces de acotar tantos dislates juntos.
Creo que Trump reducirá el calado de sus promesas económicas. A ningún poder económico le interesa una guerra planetaria de aranceles porque reduciría la capacidad de codicia de los muy ricos, a quienes les va muy bien dejando las cosas como están. En cuanto al tema inmigratorio, creo que se quedará a medias a pesar de que dará una vuelta de tuerca legal a todo lo que supone impedir la libre circulación de personas. En cambio me parece posible que lleve a cabo la mayoría de propuestas sobre reducción de derechos y libertades teniendo a su favor todos los poderes esenciales que le ha permitido el resultado electoral, incluido el judicial, por supuesto. Su límite lo marcarán los índices de desempleo, la pobreza y la desigualdad, porque si crecieran mucho, serían un riesgo para la estabilidad de los mercados; palabras mayores incluso para Trump y la tropa que está reclutando.
Analista