Vitoria. Uno representa la cara y vive, posiblemente, el momento de mayor esplendor desde que aterrizó hace seis campañas en la capital alavesa gracias a un repertorio ofensivo de lo más variado. El otro, motivado en parte por el elevado trajín de un verano frenético donde se proclamó monarca continental con la selección, no carbura como es habitual. Si es llamativo en estos albores de ejercicio el álgido estado de forma de un Mirza Teletovic dispuesto a transmutarse hacia un interior más polivalente, no lo es menos la crisis de identidad que atraviesa un irreconocible Fernando San Emeterio. Dos de los jugadores más longevos de la plantilla vitoriano viven por tanto en la actualidad dos realidades antagónicas.
Mientras el francotirador bosnio convierte cada balón en oro y ha destapado una amalgama de recursos ofensivos jamás apreciada hasta ahora para dejar de ser exclusivamente un triplista compulsivo, las constantes vitales del internacional de Scariolo apenas responden. Huérfano de la chispa, el fulgor y el despliegue infatigable que le encaramaron durante la inolvidable pasada campaña hacia la cúspide de la canasta con la consecución del MVP de la Liga ACB y su inclusión en el segundo mejor quinteto de la Euroliga, el alero cántabro se busca y no se encuentra. Incluso ha perdido la condición de intocable a los ojos del técnico tras presenciar desde el banquillo el tramo caliente de la reciente victoria ante el Fenerbahce.
El Baskonia es todavía un grupo inconexo, sin roles definidos y en plena búsqueda del ensamblaje tras la profunda agitación del mercado estival. En espera de que las caras nuevas se acoplen, sorprende sobremanera que dos elementos pertenecientes a la vieja guardia constituyan dos polos tan opuestos. Nadie podía vaticinar una reconversión como la de Teletovic hacia un cuatro completo capaz de perforar el aro rival desde todos los frentes, pero tampoco un momentáneo desplome como el protagonizado por quien fuera su guía espiritual y auténtico estandarte a lo largo de los últimos meses. Salvo sorpresa, el progresivo paso de las jornadas deberá arrojar un balance equilibrado. Es decir, un cuatro bosnio más terrenal que pueda retomar algún vicio del pasado y un San Emeterio más próximo a ese alero todoterreno capaz de manchar todos los apartados de la estadística.
La regularidad exhibida por el balcánico hasta la fecha es digna de elogio. Así como su querencia a jugar por dentro y comportarse como un poste a la vieja usanza. Sin perder su esencia de pistolero desde el perímetro, el de Mostar ha decidido por fin explotar sus virtudes atléticas y sacar partido de su complexión física ante pares más endebles en las inmediaciones del aro. En los cuatro partidos oficiales con el Caja Laboral, ha lanzado con óptimos porcentajes la friolera de 44 tiros dobles por apenas 19 triples. Su juego ha experimentado un cambio radical, primando el cuerpo a cuerpo en la pintura y dejando en un segundo plano la virtud que siempre le ha caracterizado. A ello ha contribuido el plan físico llevado a cabo en el verano para moldear una figura mucho más fibrosa.
Lejos de su plenitud se halla San Emeterio, del que Ivanovic prescindió en el cinco titular de la apertura continental para contrarrestar la envergadura de los aleros del Fenerbahce y no está aportando dosis de creatividad a una cuerda exterior sostenida por el espíritu gladiador de Oleson y Ribas. Sólo es una cuestión de tiempo que el santanderino, capaz de romper cualquier muro a base de cabezazos y cuya tenacidad no es comparable con la de ningún otro componente del plantel, vuelva por sus fueros para dotar al Baskonia de una munición mayor. La visita pasado mañana del Valencia Basket constituye la primera oportunidad para que se rehabilite.