bilbao. Para lo bueno y también para lo malo, el Baskonia acaparó ayer casi todo el protagonismo en el arranque de la Supercopa. Destapó el tarro de las esencias durante una primera parte rebosante de acierto e intensidad antes de sumergirse en la autocomplacencia, despertar al moribundo bilbaíno y coquetear con el desastre tras el descanso ante las raciales embestidas locales. Sin embargo, fue tan grande el colchón adquirido en el electrónico -un abrumador 37-61 al comienzo del tercer acto tras dos triples consecutivos de Heurtel- que el Bilbao Basket careció de fuelle y, sobre todo, tiempo para consumar una heroica reacción. Tanto se complicó la vida el forastero alavés que, dentro del último minuto, la ventaja quedó reducida a la mínima expresión (79-82) y debió emerger el aplomo de San Emeterio y Ribas desde el tiro libre para silenciar esa caldera llamada Miribilla. El susto en el cuerpo para un Caja Laboral que, producto de su escaso ensamblaje y típicos desajustes de la pretemporada, rebajó varios decibelios su empuje atrás.

Como consecuencia de cuarenta minutos eléctricos, un estético cuerpo a cuerpo que alumbró un continuo intercambio de canastas, la tropa de Ivanovic salvó los muebles y hoy aspirará a prolongar su reinado en la competición con la búsqueda de su quinta corona. Caso de rubricarse con un triunfo, el mejor acicate posible para un proyecto que, si bien ha amanecido con serias interrogantes, comienza a dejar detalles esperanzadores. Pese a que Williams, huérfano del ritmo ideal para participar en estas cruentas batallas, se erigió en un espectador de lujo, el técnico montenegrino halló muchas y variadas soluciones para desarbolar al vigente subcampeón liguero.

El equipo vitoriano convirtió la primera mitad en un monólogo de principio a fin. Un duelo de signo, a priori, incierto amenazó con quedar resuelto por la vía rápida merced al incesante tiroteo exterior baskonista. Con una fluidez impropia de esta época del año, la precisión de un cirujano desde más allá de los 6,75 metros y un ritmo implacable que desfiguró el rostro del anfitrión, emergió uno de esos partidos que discurren cuesta abajo y sobre una alfombra roja. La mandíbula local se resintió hasta unos límites insospechados ante el asombroso recital de un forastero tocado por una varita mágica para perforar el aro desde todos los lados.

oleson prende la mecha Poco importó el progresivo peaje de las faltas ante el instinto asesino acreditado por el Caja Laboral a lo largo de veintitres minutos apoteósicos. En medio de un calor sofocante, el diluvio universal sobre el Bilbao Arena -refrendado con catorce triples- obligó al personal a sacar el paragüas. La voz cantante corrió a cargo del discutido Oleson, que liberado por fin de los grilletes que le suelen atenazar masacró a los de Katsikaris con una virulencia inusitada. En un verano donde ha figurado con un pie fuera del club, su explosión multiplicará las variantes ofensivas de un ataque vitoriano cuya ejecución fue, por momentos, primorosa y de alta escuela.

Al festival liderado por el dos de Alaska se sumaron otros lugartenientes de lujo. El desparpajo de Heurtel ante el eléctrico Jackson, la célebre consistencia de San Emeterio y la implacable contundencia de Seraphin en la zona enterraron la tibia resistencia vizcaína. Hasta el recién llegado Dorsey cuajó unos aceptables minutos en su estreno. En el lado negativo de la balanza, hubo que ubicar la escasa influencia de un tierno Milko Bjelica, las defensas fraternales de Teletovic ante Banic, las imprecisiones finales de Prigioni y la desmedida relajación tras el intermedio.

El Baskonia se creyó ganador antes de tiempo y pudo pagarlo caro. Katsikaris desplazó a Mumbrú al puesto de falso cuatro, Fischer liberó espacios para las penetraciones de los exteriores, Banic explotó las carencias defensivas del bosnio y, en definitiva, la defensa alavesa se resquebrajó por todos sus poros. Miribilla empezó a creer en el milagro. Las masas se vieron alentadas por las eléctricas entradas de Jackson y Grimau. En el momento más crítico, la astucia de San Emeterio aplacó ese intento de insurgencia. Vasileiadis cayó en la trampa, permitió dos tiros libres al cántabro y las esperanzas del Bizkaia se marcharon por el sumidero.