hay trenes que pasan una sola vez en la vida en los que subirse brinda a uno la posibilidad de alcanzar el estrellato pero, al mismo tiempo, implican una elevada dosis de riesgo. Pablo Laso, una de las figuras emblemáticas que contribuyó al crecimiento del Baskonia sobre el que hoy estarán depositadas muchas miradas en el Trofeo Diputación, se halla ante una oportunidad de oro de labrarse un nombre entre la élite de los banquillos. Contra todo pronóstico y obviando la posibilidad de apostar por entrenadores, a priori, de más prestigio, el Real Madrid le escogió en verano dentro de una amplia terna de candidatos para acabar con la tiranía del Barcelona y Caja Laboral en la Liga Endesa.
En sus manos recaerá a partir de ahora una responsabilidad difícil de sobrellevar. Y es que el banquillo blanco se ha convertido en los últimos tiempos en una especie de silla eléctrica que se ha cobrado cadáveres de todo tipo. Ni siquiera el laureado Ettore Messina, que incapaz de domar el vestuario presentó su dimisión antes de la disputa de la pasada Final Four, dio con la pócima adecuada a la hora de rescatar algún éxito sonado para una sección en clara decadencia pese a los millones de euros invertidos por Florentino Pérez. Tras cuatro temporadas en blanco desde que conquistara en 2007 su último entorchado liguero, el club merengue arrastra unas urgencias históricas que obligan a apostar sobre seguro y tirar de talonario. Disuadido quizá por el mal experimento del italiano, ahora acaba de ponerse en las manos de un exjugador y buen conocedor de la casa que, sin la experiencia y nombre de otros, será el primer señalado en el caso de que el equipo no responda a las expectativas.
buena materia prima Con un entorno complicado, donde sus dirigentes en más de una ocasión se mueven bajo los dictámenes de determinados focos mediáticos cuyo poder de influencia resulta incomprensible, los amplios y buenos conocimientos de Laso le hacen susceptibles de triunfar en la casa merengue y, al mismo tiempo, quedar marcado para siempre. Una mala experiencia al frente de este transatlántico venido a menos siempre tiene visos de dejar secuelas y minimizar la trayectoria anterior. Y a eso se arriesga un técnico, el vitoriano, que en el modesto Lagun Aro ha cuajado durante los últimos años un trabajo notable pese a su relación de amor-odio con la grada.
A expensas del futuro de Rudy Fernández, que en cualquier momento puede hacer las maletas rumbo a Dallas en cuanto se desbloquee el cierre patronal de la NBA, el Real Madrid ha vuelto a tirar de talonario para competir contra un Barcelona nuevamente sobrado en todas las posiciones. El exterior balear ha representado el fichaje galáctico añorado por todo los estamentos del club, aunque no desmerecen para nada esa insaciable máquina anotadora llamada Carroll y un todoterreno lituano (Pocius) por el que estaba interesada media Europa. Junto a ellos, la progresión de Mirotic constituirá otro de los mejores avales de un equipo cuyas principales dudas están centradas en la dirección de juego. Con un único base puro entre sus filas (Sergio Rodríguez), al que relevará Llull, el principal caballo de batalla de un base tan cerebral como Laso residirá en encontrar esa figura que sea su prolongación sobre la pista.
Sujeto a un contrato por dos temporadas, el vitoriano aspira de entrada a encontrar un entorno propicio para trabajar y ganarse la confianza de los más recelosos a base de ingentes horas de trabajo. Quien sabe si un buen papel en Madrid le abrirá algún día las puertas del Caja Laboral, donde sus dirigentes seguirán sus pasos con lupa por lo que pueda ocurrir.