Vitoria. Si complicado resulta siempre encontrar relevo a un jugador que ha sido referencia dentro de un equipo a lo largo de varias temporadas, la empresa se complica todavía más cuando la pieza que se pierde es la del base. Con la inminente marcha de Marcelinho Huertas al Barcelona, el Baskonia vuelve a enfrentarse a una tesitura que no le es para nada desconocida. La tendencia vendedora de Josean Querejeta desde que asumiera los mandos del club es patente, pero en el caso de los directores de juego las operaciones siempre han sido ciertamente complicadas. Y es que, si ya de por sí el mercado ofrece un ramillete muy selecto de jugadores de garantías, en el caso de los bases las complicaciones se multiplican. Más aún sabiendo que es un puesto en el que el fallo no está permitido porque del acierto o el error puede depender en gran medida el futuro de un equipo que en la época moderna casi siempre se ha caracterizado por contar con un timonel que se ha encargado de ejercer el mando asumiendo todos los galones sobre el parqué. Ocurrió con Pablo Laso, con Elmer Bennett y con Pablo Prigioni. Junto a estos tres ilustres, la inminente salida de Huertas vuelve a provocar un socavón de dimensiones considerables al dejar de nuevo descabezada la posición más crítica del baloncesto.
Muchos son los grandes jugadores que han vestido la camiseta baskonista a lo largo de su historia, pero en los últimos años todos los éxitos del club vitoriano han estado marcados por la excelente dirección de un base con galones, capacidad creativa y carácter. La figura por antonomasia del director de juego baskonista es la de Laso. Su capacidad para generar la asistencia perfecta y su habilidad para encontrar la conexión con los pívots (los dúos que conformó con Arlauckas, Rivas, Bannister o Kenny Green fueron memorables) sirvieron para que en la mente del aficionado azulgrana se dibujase el estilo que ha de tener un base, un modelo que se ha ido repitiendo en la dirección de juego baskonista, que busca ya nuevo rey.
Ese camino abierto por Laso tuvo su continuidad en las figuras de Bennett, Prigioni y, en última instancia, Huertas. Más que en ningún otro equipo, al base baskonista se le exige altruismo por encima del brillo propio. Ser siempre más un ejecutor que un finalizador. En pocos sitios como en Vitoria se ha podido disfrutar más de un baloncesto dinámico con el director de juego como catalizador de un estilo que en la ejecución, siempre magistral, del pick and roll ha tenido su particular seña de identidad. Para entender un poco más esta particular idiosincrasia baskonista solo hay que echar una ojeada a unos números que resultan asombrosos porque hasta en diez ocasiones ha sido un base azulgrana el mejor asistente de la Liga ACB.
La creatividad ha estado también siempre vinculada a una capacidad de liderazgo que ha sido inherente a los timoneles que han guiado la nave baskonista en los tiempos modernos. Jefes dentro de la cancha, pero también con el carisma suficiente como para comandar el vestuario y asumir los todos los galones en los momentos decisivos. Directores sí, pero también guías espirituales y ejecutores a la hora de jugarse los balones calientes, como bien demuestran los títulos en los que estos cuatro bases han comandado la nave vitoriana.
Plenos poderes Esa capacidad creativa ha tenido en los mencionados Laso, Bennett, Prigioni y Huertas a sus máximos exponentes y el acierto del club a la hora de encontrar relevo a la marcha de cada uno de estos referentes ha propiciado que en las últimas veinticinco campañas el equipo apenas haya tenido lagunas en esta importante demarcación. El base vitoriano permaneció en la disciplina baskonista durante once campañas (1984-95) antes de marcharse al Real Madrid. Tras un año de transición salvado por Jordi Millera y Ferrán López, el fracaso de una exestrella de la NBA como Tony Smith le abrió las puertas a Elmer Bennett ya iniciado el curso 1997-98. Hasta junio de 2003, durante seis temporadas el base de Evanston asumió la batuta azulgrana. El que fue su sucesor, con José Manuel Calderón como escudero de lujo de ambos, Pablo Prigioni, también se perpetuó durante seis temporadas al frente de la dirección de juego baskonista antes de que su hueco fuese ocupado por Huertas, ideólogo azulgrana a lo largo de las dos últimas temporadas. Al contrario de lo que ocurrió con sus tres predecesores (por el camino se han quedado muchos bases que, con las excepciones de Corchiani y Calderón, se vieron oscurecidos por la brillantez de sus compañeros), el brasileño ha elegido Barcelona, en vez de Madrid, como nuevo destino. En solo dos temporadas, Marcelinho ha ratificado que el Baskonia tiene un ojo clínico para acertar con sus directores de juego, tarea en la que ahora habrá de volver a esforzarse al máximo para no sufrir un vacío de poder al que no está acostumbrado.