La quinta Final Four de la historia se le escurre de las manos al Baskonia, ya sin margen de error en esta Euroliga que mañana puede vivir su último y definitivo capítulo si se consuma otro batacazo. Tras el ínfimo espectáculo protagonizado ayer en el Nokia Arena y el enésimo ejercicio de impotencia de un colectivo exhausto y huérfano de alma, ya sólo queda encomendarse a un milagro para estirar una eliminatoria que ha adquirido una pinta cada vez más desagradable. A medida que transcurren los duelos, el Maccabi afila sus garras gracias a una plantilla profunda y se vuelve más arrebatador de la mano de un baloncesto ágil y centelleante. Por contra, la famélica tropa alavesa emite unos pésimos síntomas, demanda una bombona de oxígeno para seguir en pie y se arrastra hacia una mediocridad exasperante.

La tercera entrega de la eliminatoria se convirtió en un abrumador monólogo macabeo. Un cuarto inicial de ficticia igualdad y treinta lastimosos minutos finales inundados de errores de bulto, pérdidas a mansalva, un inexistente rigor defensivo y un espíritu propio del patio de colegio. El Baskonia que en su día se convirtió en la envidia de Europa por su mentalidad de hierro y su carácter irreductible se derrumba a las primeras de cambio ante la menor dificultad, carece de convicción en sus posibilidades y transmite una tristeza dañina para la vista.

Tras otra actuación impropia de un bloque que aspira a incrustarse en la aristocracia europea, la supervivencia en esta Euroliga se encuentra supeditada a un ejercicio de fe casi mesiánico. Aunque el temible Perkins parece haber quedado fuera de combate tras una grave lesión de rodilla, no emergen excesivos argumentos como para que invada el optimismo. Para salir vivo del Nokia Arena y forzar un dramático quinto asalto, hacen falta otras agallas, otra personalidad, otra actitud y, por supuesto, otro baloncesto diferente al que pone hoy en día en práctica un Baskonia paupérrimo.

una estocada profunda La velada amaneció con serias sombras desde el salto inicial. Pese a la aparente facilidad con que Teletovic perforó el aro local en las primeras posesiones azulgranas, ya se atisbaron con una premura desagradable las dificultades que entrañaría la empresa de profanar un santuario tan emblemático como el macabeo. La tempranera tercera personal de Barac en el minuto 8 supuso un jarro de agua fría para el devenir de la confrontación y el detonante del cortocircuito baskonista, acrecentado en un segundo cuarto que rememoró los momentos más tenebrosos del presente ejercicio. Siete escuálidos puntos, repartidos en una canasta de Teletovic, un triple de Huertas y dos tiros libres más a cargo del brasileño, constituyó el pírrico bagaje de los pupilos de Ivanovic ante la férrea defensa amarilla.

La escasa clarividencia ofensiva y la exasperante lentitud en labores de contención para contener al eléctrico Pargo desencadenaron la tormenta antes del descanso (36-25). El timonel estadounidense, tocado por una varita mágica, extrajo petróleo de la tibieza de sus defensores y puso en órbita a un Maccabi que ni siquiera acusó el terrible mazazo de la lesión de Perkins, cuya rodilla saltó por los aires tras una entrada obstaculizada de manera fortuita por Oleson. Ni siquiera la ausencia de uno de sus mejores elementos de la cuerda exterior representó un efecto terapeútico para un forastero bajo mínimos que evidenció nuevamente síntomas de fatiga.

El Maccabi, en realidad, volvió a ser fiel a sí mismo y, amparado en sus óptimas condiciones atléticas, enarboló otra vez la bandera de su baloncesto dinámico y desinhibido que, por si fuera poco, se apoyó esta vez en un primoroso acierto triplista. Presto para desenfundar a las primeras de cambio y con el gatillo fácil, materializó infinidad de canastas fáciles mientras cada ataque vitoriano se estrellaba contra un bosque de brazos y piernas. La errática dirección de los bases, la nula producción de los exteriores y el agotamiento de San Emeterio y Teletovic desencadenaron una paliza en toda regla que alumbra negros nubarrones de cara al cuarto asalto. La transfusión de sangre se antoja obligatoria para un equipo que deberá resurgir de sus cenizas para, al menos, morir con las botas puestas. El listón está tan bajo que eso parece sencillo.