A cuartos de final y, además, por la puerta grande gracias a una dentellada mortal en el cuello del Lietuvos. En una temporada donde ha estado y sigue bajo sospecha por sus constantes vaivenes, el Baskonia ha vuelto a cumplir los deberes en Europa y mantiene inamovible su butaca dentro de la aristocracia continental. Por séptimo año consecutivo, inmiscuyó ayer su figura entre los ocho mejores y buscará su quinta presencia en una Final Four ante el Maccabi con la ventaja de campo a su favor. Una hipótesis impensable con la que muy pocos soñaban hace unas semanas cuando el equipo estaba anclado sin remisión en las catacumbas de un baloncesto anárquico y huérfano de identidad.
Ocurra lo que ocurra frente a los hebreos, que ya mordieron el polvo con claridad en el duelo inaugural en el Buesa Arena, el Caja Laboral ya se ha quitado un peso de encima. Con un plantel menos rutilante que en el pasado, un juego que tampoco cautiva como antaño y, en definitiva, una solidez mucho más discutible, sus méritos vuelven a ser incuestionables. Quizá el azar le emparejó en el Top 16 con rivales de escaso fuste, pero finalmente no sólo ha logrado el billete hacia los cuartos de final sino que también acaba de amarrar un liderato que pone en bandeja otro éxito embriagador en la historia si el recinto de Zurbano recupera su célebre embrujo.
La experiencia azulgrana pesó, a la postre, más en la balanza que la ilusión báltica. Salvo en el segundo cuarto, el Caja Laboral impuso su ley en un partido demasiado tenso y al filo de la navaja. Mientras el anfitrión se vio atenazado por la presión de culminar una gesta, el cuadro vitoriano opuso su mayor experiencia y templanza. Ivanovic olvidó los experimentos y su apuesta por la vieja guardia en detrimento de piezas por madurar le reportó unos excelentes dividendos.
Huertas manejó el ritmo a su antojo y saldó viejas cuentas ante el peligroso El-Amin, el todoterreno San Emeterio se multiplicó en todos los frentes para enmudecer el recinto lituano, Logan exhibió su clase en las entradas, Teletovic paseó su instinto asesino en momentos cruciales y Barac impuso su talla en la zona frente al irreverente Valanciunas y el rocoso Bajramovic.
Un inicio soñado En Vilnius, el maratoniano alavés dejó con la miel en los labios a un Lietuvos todo pundonor pero falto de oficio y sin cicatrices en el cuerpo en batallas cruentas como la de ayer. Las pésimas noticias provenientes de Málaga, donde el Panathinaikos imponía la lógica, no dejaban otra salida que una victoria por lo civil o lo criminal. Ni valían las medias tintas ni cabía espacio para los medrosos, más en un escenario tan majestuoso como el báltico, que ya ha engullido esta temporada a algún peso pesado.
Consciente de la relevancia de un choque sin vuelta atrás donde coqueteaba con la defunción, la tropa baskonista firmó un arranque de ensueño que disparó el optimismo. El prodigioso acierto exterior y la solvencia interior de Barac obraron un racial despegue que, por momentos, silenció el Siemens Arena. La muñeca de seda de Teletovic y San Emeterio intimidó de entrada a un Lietuvos Rytas desbordado que comenzó a desangrarse sin piedad (13-27). Un bonito espejismo que dio paso a los negros nubarrones.
Lástima que este Caja Laboral haya hecho durante este curso de la regularidad y la continuidad en el juego unas virtudes esporádicas. El colectivo redondo, mecanizado y virtuoso del primer cuarto se evaporó y desfalleció antes del descanso víctima del empuje lituano. La irrupción de Bajramovic, que halló una autopista libre hacia el aro visitante aprovechando la momentánea ausencia del gigante croata, y la monumental parálisis ofensiva baskonista -sellada con una dolorosa sequía anotadora entre los minutos 10 y 15- nivelaron la confrontación. Cuando todo se encaminaba hacia un final a cara o cruz, un seco latigazo baskonista desnudó la fragilidad local. Los miedos del Lietuvos salieron a relucir gracias, en parte, a un providencial triple de Teletovic (66-74) y la descollante actuación de un San Emeterio que volvió a echarse el equipo a la espalda. El Maccabi, otro clásico de Europa, no constituye un listón insuperable.