madrid. El Caja Laboral se ha convertido en un ente ciclotímico. Como la España de las dos velocidades, como el Doctor Jekyll y Mister Hyde, como Guardiola y Mourinho, el combinado que dirige Dusko Ivanovic tiene dos caras tan brutalmente dispares que uno puede esperar cualquier cosa, lo mejor y lo más desastroso, en cuestión de unos minutos.
Ayer volvió a evidenciarlo en su estreno copero. De una versión gris, de medio pelo y más digna de un equipo de la clase baja, pasó a sacar su carácter ganador, su nobleza baloncestística para, una semana más, cuando todo parecía decidido, cuando tocaba la victoria con las yemas de los dedos, desinflarse y recuperar su rostro más enfermizo, más depresivo, más deprimente.
Tiene este plantel azulgrana muchos y muy buenos ladrillos pero le falta cemento para consolidarlos y convertirlos en un edificio sólido, resistente, armado para pelear por los títulos que su historia le reclama. Al equipo, en pocas palabras, le falta un base. Marcelinho está demasiado solo en la dirección. Aunque Ivanovic ha defendido siempre que el cansancio es un estado mental, al brasileño le pasa factura su soledad.
Cuando el paulista se encuentra sobre la cancha e inspirado, el equipo carbura. Cuando Ivanovic le sienta para regalarle algo de oxígeno, el equipo boquea y busca la esquina. Así fue ayer. Así está siendo durante toda la temporada. Sucedió que justo en los momentos en los que Huertas estuvo sentado el Bilbao Basket adquirió la fe necesaria para complicar un duelo que en otras circunstancias debería haber quedado solventado en el tercer cuarto. Es esta otra de las lacras que están lastrando el rendimiento del actual monarca liguero. Le cuesta horrores cerrar los partidos. Y ayer fue el Bilbao Basket, sí, pero en otras citas han sido distintos rivales, casi todos los de mayor enjundia, los que han aprovechado ese perfil dubitativo y han recuperado la esperanza en contextos que, con el Baskonia de por medio, en temporadas pretéritas equivalían a darse por enterrado.
Ayer Marcelinho tiró de fe y de piernas -de esto último anda sobrado- para guiar a su equipo a una victoria que de nuevo parecía querer escaparse. Fue el antídoto que curó la fragilidad mental del plantel de Ivanovic, que llegó a contagiar incluso a la afición. Por momentos, mientras el rival enjugaba la ventaja de hasta quince puntos que mostró el marcador, la grada baskonista quedó presa del pánico, de recuerdos recientes.
Entonces apareció Marcelinho y lo arregló, aunque sigue estando muy solo. Pau Ribas, que estuvo sobrio en defensa y tiene un rol aprovechable en este proyecto de gran equipo, está sufriendo las consecuencias de actuar en una posición que, por mucho que quiera, no es la suya. En el tramo final del primer cuarto el equipo se descompuso justo cuando se produjo la rotación de base. En el tramo final, ya con Vasileiadis en vena y el Caja Laboral aterrado, la ventaja terminó por desaparecer al abandonar Huertas el parqué.
El brasileño cuajó una actuación que invitó a recordar la apoteósica final de la ACB del pasado año. Cerró el choque con una valoración de 29 y un nuevo doble-doble (18 puntos y 10 asistencias). Y lanzó un mensaje al rival de esta tarde, al Barça, y a Xavi Pascual, y a Ricky, que le temen, que lo sufrieron.
Si el malabarista paulista sigue en esta línea y consigue contagiar a resto del plantel, el Baskonia tendrá opciones de prolongar su particular idilio con la Copa. Su gasolina, en cualquier caso, se agota. Josean Querejeta debe cubrir cuanto antes la vacante que este equipo sufre en la posición de director de juego. El club está trabajando en ello. Es probable que esta próxima semana acabe con esta insoportable soledad.