Vitoria. Si el Panathinaikos y el Olympiacos, los grandes mastodontes del baloncesto griego, son ya de por sí desde tiempos casi immemoriales dos enemigos irreconciliables, su rivalidad se ha recrudecido aún más desde el pasado verano por culpa de Vassilis Spanoulis, un personaje non grato que produce naúseas en el OAKA. El laureado club del trébol, próximo rival este jueves del Caja Laboral en la tercera jornada del Top 16 de la Euroliga, sufrió hace meses en sus carnes una de las traiciones más dolorosas que se recuerdan en el mundo del deporte. Similar al cambio de escudo protagonizado en su día por Luis Figo cuando se dejó seducir por los euros de Florentino Pérez para poner los cuernos al Barcelona, donde era poco menos que un ídolo de masas.

El internacional griego, considerado hasta la pasada campaña uno de los emblemas del Panathinaikos gracias a la conquista de cuatro Ligas, tres Copas y una Euroliga, pasó en horas de héroe a villano tras las infructuosas negociaciones para ampliar su contrato. Su jerarquía a las órdenes de Zeljko Obradovic le hizo adoptar una postura de fuerza a la hora de exigir un salario oneroso. Sus peticiones eran superiores a los dos millones de euros, una cifra similar a los emolumentos que firmó antes Diamantidis -la otra estrella del equipo- para sellar su continuidad. Sin embargo, los adinerados hermanos Giannakopoulos -dueños del mayor imperio farmaceútico de Grecia y propietarios del club- se negaron a pasar por el aro ante lo que consideraron un chantaje en toda regla y se plantaron en una propuesta de 1,95 millones de euros.

Tras meditar durante semanas acerca de su futuro, Spanoulis dejó claro que el amor a los colores, salvo en casos muy puntuales, ha dejado de existir en el deporte profesional. Incluso imcumplió su promesa de informar a los dirigentes en primera persona respecto a su decisión definitiva. Todos los estamentos del Panathinaikos tuvieron conocimiento de su fuga al eterno rival a través de la prensa, algo que encendió más si cabe los ánimos de su antigua afición. El Olympiacos le puso sobre la mesa un irrechazable contrato de tres temporadas a razón de 2,3 millones de euros por cada una de ellas que el jugador aceptó sin titubear. En El Pireo fue recibido en loor de multitudes. No se jaleaba tanto la llegada de una figura determinante que reforzarse al equipo como que Spanoulis hubiese traicionado al club donde había paseado su talento durante las cuatro temporadas anteriores.

Como no podía ser de otra manera, el primer partido liguero entre ambos conjuntos celebrado el 13 de enero en el OAKA después de consumarse el fichaje más sonado del verano estuvo presidido por una tensión desmedida. Cada balón tocado por Spanoulis fue acompañado de una pitada atronadora desde la grada. Los incidentes más graves acontecieron a partir del tercer cuarto cuando una bengala impactó en Papaloukas. El choque, que sirvió para que el Olympiacos pusiera fin a su maleficio once años después en la pista del rival azulgrana, se suspendió incluso durante varios minutos. Manos Papadopoulos, el manager local, no dudó incluso en insultar a sus propios seguidores para que desistieran de seguir con su vandálico comportamiento.

Consumada la marcha de una de sus grandes estrellas, el Panathinaikos inició una campaña de descrédito hacia el jugador, tildado de pesetero, y se puso manos a la obra para la búsqueda de un recambio. El elegido fue Romain Sato, el fornido exterior africano con pasado en Siena. Mientras tanto, Spanoulis sigue acreditando esta campaña en el Olympiacos que es uno de los anotadores más compulsivos del Viejo Continente con 15,5 puntos de media por encuentro. Para el Caja Laboral, será un alivio no cruzarse pasado mañana con este bombardero con los bolsillos llenos de dinero.