La angustia crece. Lejos de dar un volantazo a la inconsistencia, el año recién iniciado no ha hecho sino acentuar la grave crisis de identidad que asola a un irritante Caja Laboral. Llueve sobre mojado para un grupo incapaz de revertir una mediocridad exasperante. El vigente monarca liguero navega sin rumbo, malherido por las bajas y perdido en un oceáno de vulgaridad. En Vistalegre asestó ayer otra puñalada a la lógica con otra derrota dolorosa que aleja el liderato a dos victorias. Algo que no pasaría de ser anecdótico de no ser por las pésimas vibraciones que irradian unos jugadores y un técnico anclados en el sótano.

Durante cuarenta minutos espantosos que obligaron a escarbar muy hondo para rescatar algún detalle de calidad, rivalizó con el Estudiantes en errores de bulto hasta acabar quemado en la hoguera. Vistalegre fue testigo de la enésima debacle de un colectivo al que se le agota el tiempo para justificar unas mínimas hechuras colectivas que permitan vislumbrar el futuro con optimismo.

La vulgaridad se ha apoderado definitivamente de un equipo que dilapida crédito a pasos agigantados. Y eso que el conjunto colegial, simplemente el menos malo de un choque impropio de la ACB por la ingente calidad de pérdidas entre ambos contendientes, le puso en bandeja la victoria en un epílogo desconcertante. El coso madrileño se asemejó a un hospital psiquiátrico con diez protagonistas sobre la cancha necesitados de una camisa de fuerza para aplacar los nervios. Con dos bloques empeñados en prolongar la vida de su rival a base de despropósitos a cada cual más infantil, languideció el primer duelo de 2011, que tras las uvas navideñas hizo revivir las viejas pesadillas del actual curso.

Pese a que a dos tipos curtidos en mil batallas como Caner-Medley y el incombustible Jasen les tembló la muñeca en los últimos segundos desde los 4,60 metros, el Caja Laboral fue incapaz de minimizar otra actuación esperpéntica. En el enésimo final ajustado, se le fundieron los plomos víctima de la falta de liderazgo que anida en su plantilla. Tres pérdidas consecutivas de Huertas, Teletovic y San Emeterio, amén del tapón recibido por Oleson en una entrada, le abocaron a otro funesto desenlace. La cruz permanente para un grupo con la autoestima justita, lisiado por los incomprensibles roles de sus integrantes y que reduce su suerte a la ruleta rusa del triple. El calvario de Barac para recibir balones en condiciones en la zona, el desmedido protagonismo de Teletovic o las escasas apariciones de Oleson resultan males cada vez más llamativos.

un inicio engañoso Pasan las semanas, incluso meses, y este pálido Baskonia tropieza una y otra vez en la misma piedra. Ni siquiera las bajas sirven como atenuante para justificar un juego tan paupérrimo o una intensidad más propia de patio de colegio. El equipo vitoriano, otrora paradigma de la sincronización, el altruismo y la inquebrante fe en la victoria, se mira al espejo y no se reconoce. Rivales de cualquier pelaje -el Estudiantes se erigió, posiblemente, en el rival más asequible de todos los que se ha medido hasta la fecha- le sacan los colores de manera sonrojante. Es un grupo blando y frágil hasta la desesperación ante el que los exteriores de cualquier rival se permiten toda clase de licencias.

La tropa de Ivanovic comparecía en Vistalegre sin margen de error para seguir la estela del liderato, pero abandonó el coso taurino con el rabo entre las piernas. En un pulso para quedar depositado en la galería de los horrores, el Baskonia volvió a quedar retratado. Opuso ganas y se vació hasta el final, pero su plantilla es tan limitada y su juego tan desconcertante que se vuelve vulnerable ante cualquiera. Un aseado primer cuarto, en el que perdonó la vida a un anfitrión moribundo (6-15), dio paso al enésimo desfallecimiento. De repente, inoculado por el virus de la indolencia, se vio desangrado hasta unos límites insospechados. Esos 29 puntos encajados en ese tenebroso segundo cuarto abrieron de par en par la puerta del fracaso.

Tras el descanso, más eso sí por deméritos colegiales, volvió a reengancharse a la pelea. Sin embargo, lo hizo con nulo convencimiento. Caner-Medley fijó el 72-70 definitivo a falta de dos minutos para el epílogo. Ya no se movería el marcador. Cuatro posesiones para rectificar errores anteriores acabaron como el rosario de la aurora. Impensable en cualquier otra época más dorada.