Aquel Baskonia indomable, paradigma de una mentalidad de hierro y que patentó como patrimonio un célebre carácter irreductible, se ha extraviado no se sabe dónde. El actual no es un equipo reconocible. La estela de grupo apocado, blando y tristón que deja en las derrotas dista mucho de ser la que jugadores, técnicos y directivos anhelarían. Toca armarse de paciencia, salir como sea del inquietante brete en que anda enfrascasdo en la Euroliga, interiorizar que se avecinan tiempos difíciles y que, sobre todo, Papa Noel o los Reyes Magos, siempre generosos, depositen algún regalo en el Buesa Arena en forma de pívot.

Ahora que los controladores aéreos acaban de poner en jaque al país y obligar al Gobierno a declarar el Estado de alarma, al Caja Laboral podría aplicársele perfectamente este régimen excepcional con el fin de que una época de bonanza sobrevenga en el futuro. El derbi vasco, presidido ayer por unas defensas de mantequilla y alejado de los ásperos parámetros que rigen esta clase de partidos, retrató una vez más la alarmante fragilidad baskonista. El Bilbao Basket echó más sal a una herida incapaz de ser suturada y que, con el paso de las jornadas, adquiere una tonalidad morada.

Lejos de emitir algún síntoma de rehabilitación, el duelo de Miribilla supuso la triste reedición de una película muy vista en la actual temporada. Esta vez, con el añadido de la dolorosa pérdida del liderato de la ACB tras otra derrota hiriente por el dramático ejercicio de impotencia en varias facetas del juego. Si algún equipo quiere erigirse en el monarca de los tableros, ver resucitados a sus jugadores defenestrados o regalarse un embriagador festín anotador que eleve su autoestima, sólo debe aguardar a que enfrente figure una camiseta azulgrana para satisfacer sus propósitos de enmienda.

Esta pesadilla permanente en que se ha convertido la defensa de cualquier penetración rival o el cierre del rebote, para lo que se exige un mínimo de pundonor, concentración e intensidad más allá de que en la actual plantilla tampoco aniden superdotados, lleva camino de frustrar cualquier atisbo de crecimiento colectivo. Un desaguisado del que no debe eximirse a nadie: las altas esferas, por seguir impasibles ante la terca certeza de que urge la llegada de un pívot como el comer; Ivanovic, por no conseguir transmitir su ideario baloncestístico al grupo y mantener su fe ciega en jugadores bajo mínimos físicamente (léase Teletovic); y, por último, la plantilla, a quien debería efectuarse varias transfusiones de sangre -siempre dentro de un marco de legalidad- para elevar un rendimiento escaso.

Un bonito espejismo Tras una brillantísima puesta en escena que le acarreó cómodas rentas (5-13, 17-23, 28-37...) en varios tramos de la primera mitad, el Baskonia se autodestruyó otra vez de manera lastimosa. Víctima de una tibieza exasperante -¿dónde quedan ya aquellos viejos tiempos en los que emergían brotes de mala leche y dosis de trabajo subterráneo para desquiciar al rival?-, insufló al cuadro adiestrado por Katsikaris la confianza necesaria para edificar la remontada.

Una vez Barac, finalmente de la partida tras superar su misterioso esguince de rodilla, enfiló por enésima vez el camino del banquillo por culpa de faltas completamente innecesarias, el Baskonia dilapidó su rigor inicial. La zona visitante, húerfana de centímetros, músculo e intimidación, se convirtió entonces en un coto privado del rocoso Mavroeidis y del escurridizo Banic. Por si fuera poco, Jackson halló un pasadizo libre de trampas hacia el aro con sus penetraciones, Mumbrú -un provocador de mal gusto- revivió una segunda juventud y el cuestionado Warren resurgió de la tumba para, en los minutos finales, desquiciar a un Bjelica inmerso en su mundo.

Pese a rozar el descalabro y tambalearse durante muchos minutos (72-56), el Baskonia dispuso incluso de opciones para obrar el milagro. Aprovechando los miedos finales de los hombres de negro y la chispa de Marcelinho, uno de los pocos halos de luz de la matinal junto a Haislip, instaló la zozobra en el Bilbao Arena con un postrero triple de San Emeterio (98-95). Sin embargo, la serenidad local desde el tiro libre propició una justa caída. En definitiva, otro baño de realismo en vísperas de la salida crucial a Kaunas. La espada de Dámocles continúa acechando el cuello azulgrana.