Para competir fuera de las fronteras, es necesario una entereza diametralmente opuesta. Si la ACB suele ser un coto vetado para las sorpresas y un grande como el Caja Laboral impone en ella su jerarquía con puño de hierro, la Euroliga demanda un grado de exigencia para el que este Caja Laboral se queda escaso. La visita al Nokia Arena, testigo en el pasado de épicas hazañas baskonistas, reprodujo ayer la debilidad atisbada en duelos anteriores pero esta vez elevada a la máxima expresión ante un pétreo y solvente Maccabi llamado ya a finalizar esta primera fase en la atalaya del grupo A.

El concluyente 81-70 constituye otro puyazo en la espalda para un colectivo incapaz de enderezar su maltrecho rumbo continental. La cuarta derrota consecutiva debe abrir los ojos a todo el mundo. Ni primeros, ni segundos ni cualquier mira ambiciosa. El único objetivo reside ya en acceder al Top 16 y salvar una situación embarazosa a más no poder gracias al amparo del Buesa Arena. A falta de cuatro jornadas, la agonía continúa y, de no ser por los deméritos del Khimki, la suerte azulgrana podría ya estar prácticamente echada.

Si en jornadas precedentes la tropa alavesa compitió con dignidad, en Tel Aviv firmó un sonoro ejercicio de impotencia. Resistió a duras penas hasta bien entrado el tercer cuarto (51-50), pero volvió a derrumbarse sin paliativos en la recta final víctima del absentismo laboral de varios jugadores bajo una sospecha permanente. La indomable raza de San Emeterio y la extrema solidez de Barac constituyeron, a la postre, unos argumentos insuficientes para plantar cara a un aguerrido Maccabi que nunca vio discutido el triunfo.

Descontando al cántabro y al croata, el Baskonia no existió. No hubo noticias procedentes del resto dentro de un desierto desolador. La impotencia se vio encarnada en el aciago día de Logan y Oleson, incapaces de producir algo en ataque, la tibieza de un desbordado Teletovic, al que Eliyahu sometió a un calvario constante, o la espesura de Marcelinho. El rendimiento de Haislip, bajo mínimos físicamente, y Bjelica, cuya intensidad en estos duelos belicosos es más propia de patio de colegio, volvió a resultar exasperante. Dos de las apuestas más ambiciosas para el curso actual se mantienen hoy en día en la inopia.

dos ritmos opuestos Siempre un paso por detrás de su rival en cuanto a adrenalina, velocidad e ideas, el conjunto vitoriano prolongó una jornada más sus angustias continentales. Salvo el 0-2 inicial, siempre fue a remolque y se vio atropellado por un anfitrión centelleante que extrajo petróleo del nulo balance defensivo y del irrisorio acierto exterior visitantes. Huérfano del antídoto de los triples salvadores que han desatascado tantos y tantos partidos, reducido constantamente al juego posicional, el Caja Laboral fue incapaz de ahuyentar sus fantasmas.

La gélida puesta en escena ya dejó muchas sombras respecto a las opciones azulgranas de prolongar su idilio con uno de los grandes templos del baloncesto europeo. Golpeado en los compases iniciales por su pavorosa lentitud a la hora de correr hacia atrás y la versatilidad de un Eliyahu sin ninguna clase de sentimentalismos, los primeros síntomas del naufragio empezaron a atisbarse con nitidez.

La refrescante entrada de Huertas en detrimento de un ofuscado Logan alteró, en parte, el nítido dominio amarillo. La conexión entre el timonel brasileño y Barac reportó óptimos dividendos al inicio del segundo cuarto y permitió hallar una rendija de optimismo. Diez puntos consecutivos del gigante croata, notable nuevamente en ambos aros, nivelaron un choque presidido por el aciago porcentaje exterior visitante.

El eléctrico ritmo amarillo acabó imponiendo su ley y convirtió los últimos minutos en una auténtica pesadilla. Mientras el Maccabi se encomendó a su rocosa defensa y un óptimo trabajo coral, el Baskonia careció de mordiente para propiciar un epílogo emocionante. Minado en su autoestima por el vendaval Eliyahu, que firmó canastas de todos los colores para escarnio de Teletovic, y de los chispazos del jugón Pargo, volvió a ver enrojecidos sus mofletes en otra comparecencia continental para olvidar. El aliento del Buesa Arena en próximos duelos constituye ya la última bala del cargador.