EL increíble título liguero conquistado ayer por el Caja Laboral ha supuesto un colofón inmejorable para una temporada extremadamente complicada que amenazaba con acabar en blanco debido a un cúmulo de circunstancias. Entre la marcha de figuras carismáticas (Prigioni, Rakocevic, Vidal y Mickeal, las más llamativas) y las multimillonarias inversiones de Barcelona y Real Madrid durante el pasado verano -armados ambos hasta los dientes tras fichajes a cada cual más rutilante-, se cernían peligrosos nubarrones respecto a las opciones baskonistas de reeditar viejos éxitos.

La gran mayoría albergaba incluso serias dudas de que el equipo de Ivanovic pudiera hacer algo de sombra a dos adversarios interminables a los que el baloncesto en general otorgaba todo el crédito y la confianza para disputar todas las finales. En definitiva, parecía un año de transición en el que, a lo sumo, se conseguiría un tercer puesto liguero y un digno papel en otras competiciones que colmaría las expectativas de los menos optimistas. A la hora de la verdad, se ha vuelto a demostrar que esta entidad presidida por Josean Querejeta tiene los genes de la ambición y la competitividad inoculados en la sangre.

Por si no asustaban las mayúsculas incorporaciones de los clubes de fútbol, la plaga de lesiones que empezó a asolar al plantel vitoriano desde la pretemporada retardó más si cabe la puesta a punto que permitiera dotar al colectivo de una identidad y un patrón de juego definido. Dos de los grandes pilares del nuevo proyecto, Brad Oleson y Walter Herrmann, cayeron a las primeras de cambio víctimas de lesiones de larga duración, por lo que algunos piezas llamadas a disfrutar de un rol secundario (Carl English, Fernando San Emeterio, Pau Ribas...) coparon por motivos de fuerza mayor gran parte de los minutos.

Al primer título oficial de la temporada, la Supercopa celebrada allá por octubre del año pasado en Gran Canaria, se llegaría por lo tanto en unas precarias condiciones físicas. Con cuatro ausencias significativas -también se perdieron el evento insular Huertas y Eliyahu-, el Caja Laboral fue atropellado en semifinales (62-87) por el Real Madrid, poniendo fin de esa manera al permanente idilio con este galardón durante las últimos cuatro cursos.

Sin tiempo para efectuar grandes progresos debido a la orfandad de efectivos e imponer su sello de identidad al nuevo proyecto, Ivanovic afrontó el comienzo liguero en unas difíciles condiciones. Los grandes arrancaron como un cohete, mientras que el Baskonia sudaba tinta china para conseguir cada victoria. El diezmado combinado alavés compitió con dignidad durante una convulsa fase regular, aunque el baloncesto azulgrana dejó bastante que desear en más de un partido antes rivales de escaso pedigrí. De hecho, algunos modestos rivales que en años anteriores fueron triturados en el Buesa Arena se le subían a las barbas de manera sistemática.

DESILUSIÓN COPERA Con el aval de los buenos resultados, no así un juego de alta escuela donde se echaban de menos entre otras cosas una dirección más clarividente y un reparto más equilibrado entre el juego exterior e interior, se avecinaron los momentos calientes en la Copa y la Euroliga. Días antes de afrontar la cita bilbaína, un nuevo mazazo sacudió los cimientos alaveses. Una contusión ósea sufrida por Tiago Splitter ante el Meridiano Alicante supuso un golpe en la línea de flotación. El Baskonia pudo sortear este obstáculo en cuartos de final ante el Bilbao Basket, pero huérfano de su líder espiritual destapó sus débiles costuras (50-78) ante el Real Madrid en semifinales. Otro título, quizá el que parecía más alcance de los pupilos de Ivanovic y que siempre ha deparado grandes alegrías en el entorno, se iba tristemente al limbo.

Quedaban, sin embargo, la Euroliga y la ACB como tablas de salvación. La primera, el único entorchado que hasta la fecha siempre se ha resistido a posarse en las vitrinas del Buesa Arena, volvió a constituir un sueño inalcanzable. El Caja Laboral completó, eso sí, una aseada actuación que le colocó otra vez entre los ocho mejores del Viejo Continente, pero por segundo año consecutivo se evaporó el gran objetivo. El CSKA de Moscú, una de las tradicionales bestias negras a lo largo de la historia, se convirtió en el verdugo azulgrana en el cruce previo a la Final Four de París. Pese a vivir una difícil transición post-Messina y carecer del temible potencial de años precedentes, el conjunto ruso ahondó en un mal fario continental que no se consigue corregir. Quizá, el año que viene sea la vencida en Turín.

el crecimiento final Evaporadas las esperanzas continentales y con el paulatino regreso de los lesionados, el conjunto vitoriano se conjuró para protagonizar un notable epílogo. Y lo consiguió con creces. Durante las últimas jornadas de la fase regular se atisbó un bloque más hecho, conjuntado y que empezaba a creer en sus posibilidades. Prueba de ello fue su magnífica victoria en Vistalegre que le permitió asegurar el segundo puesto de la fase regular y, por ende, la ventaja de campo hasta una hipotética final.

El camino hacia la tercera Liga ACB se presentaba repleto de piedras. Para empezar, tocó en suerte un Estudiantes cuyas características -dos peligrosos aleros altos como Suárez y Jasen- generaban cierto desasosiego. Por la vía rápida, la tropa de Ivanovic logró su objetivo de acceder a semifinales, donde quedaría citado nuevamente con el Real Madrid. Gracias al embrujo del Buesa Arena, tres angustiosas victorias al amparo de la afición supusieron el billete para una nueva final. Y llegó el gran desafío: nada menos que un enfrentamiento ante el Barcelona campeón de todos los frentes y un oponente indestructible a tenor de su inmaculada trayectoria.

Cuando nadie apostaba un mísero euro por su candidatura, el Caja Laboral decidió tapar bocas y conjurarse en búsqueda de un éxito embriagador. Con una fe inquebrantable hacia el éxito, una excelente disciplina táctica moldeada por Ivanovic en la centrifugadora de Zurbano, una defensa invulnerable que cerró las vías de anotación a las estrellas barcelonistas y el compromiso colectivo de todos los jugadores, el gigante catalán recibió una cura de humildad.

Un rotundo e impensable 0-3 que abrió la puerta a la Liga más insospechada de la historia, una alegría jamás soñada por el baskonismo y, en definitiva, la constatación de que el club, con independencia de los nombres que lo integren, conoce el camino a seguir para abonarse a los éxitos. Pasan jugadores de todo tipo, pero esta organización tiene una estructura lo suficientemente sólida como para pensar que permanecerá en la élite durante muchas temporadas. El mérito de Josean Querejeta viene derivado de su constante capacidad para reinventarse y discutir con una excelente gestión económica y deportiva la hegemonía de rivales más adinerados.