Vitoria. Cuando el oxígeno apenas llega a los pulmones, en el momento en que la situación parece desesperada y prácticamente imposible de revertir, cuando nadie en su sano juicio se atrevería a apostar ni tan siquiera un euro por un final feliz, ahí aparece siempre él. La inconfundible figura de Dusko Ivanovic se hace presente con más fuerza que nunca en esos instantes en los que la vida pende de un hilo para liderar, con su mentalidad de hierro como faro a prueba de todo tipo de ataques, la rebelión más cruenta que se pueda imaginar. Únicamente necesita una cosa para afrontar la guerra con garantías, unos soldados dispuestos a confiarle su existencia hasta las últimas consecuencias y que se dejen contagiar del carácter y la fe elevados a su máxima potencia que luce tatuados a fuego en su pecho.

Eso es exactamente lo que ha sucedido, una vez más, en este glorioso epílogo de temporada para el baskonismo. La tercera Liga ACB que adorna las vitrinas del Buesa Arena, conquistada por la vía rápida anoche frente al todopoderoso Barcelona, es, sin duda, el título más inesperado de todos los que han engrandecido el palmarés azulgrana. Antes del inicio de los play off, ni el más optimista de los aficionados vitorianos se atrevía siquiera a soñar con él. En una temporada en la que los clubes de fútbol habían llevado a cabo una inversión descomunal para confeccionar plantillas prácticamente inabordables -especialmente la del Barça-, el segundo puesto se antojaba el premio más importante -ya de por sí muy ambicioso- al que se podía aspirar.

Más todavía, considerando la irregular campaña firmada por el Caja Laboral. Tras una nueva renovación total de la plantilla con la marcha de los que durante los últimos ejercicios habían sido santo y seña del baskonismo, los continuos problemas de las lesiones, la ausencia de acoplamiento y, por momentos, ciertos síntomas de falta de capacidad para adquirir el carácter Baskonia inherente a la entidad de Zurbano provocaron que la campaña fuera pasando con más pena que gloria. Eliminados sin paliativos en las semifinales de la Supercopa y la Copa del Rey -en ambos casos a manos del Real Madrid-, fuera también de la Final Four tras protagonizar una Euroliga repleta de tropiezos inesperados y con una fase regular doméstica en la que el juego casi nunca convenció, las eliminatorias por el título se presentaban para muchos como casi un mero trámite para cerrar definitivamente una temporada de transición y preparar ya cuanto antes el próximo ejercicio.

Trabajo exhaustivo Un concepto que, sin embargo, no tiene cabida en la cabeza de Dusko Ivanovic. Su filosofía sólo admite competir para ganar. Por muy adversas que sean las circunstancias o muy inferiores que sean a priori los arsenales. Así, aprovechó el inesperado descanso que proporcionó la temprana eliminación europea para completar un exhaustivo plan de entrenamiento que permitiera al equipo alcanzar su mejor nivel en este tramo final de la temporada.

Las intensísimas sesiones de trabajo se sucedían día tras día puliendo todos los detalles y llevando a los jugadores al límite -así estarían preparados para responder con garantías cuando la competición les colocase en una situación similar-. Pero, también, tenían lugar continuas transfusiones de fe, carácter y determinación. Así, los discursos de los jugadores antes del inicio de esta final rezumaban confianza en sus propias posibilidades. No eran los únicos, pero casi.

Seguían a su comandante, Dusko Ivanovic, que antes incluso de eliminar al Real Madrid no tuvo reparos en manifestar públicamente que el Baskonia era capaz de vencer al Barcelona. El tiempo se ha encargado de darle la razón. Y es que, cuando peor pintan las cosas, ahí aparece él. Es el ave fénix de Bijelo Polje.