El partido que esta noche acogerá el TD Garden de Boston, quinto de unas finales que se desarrollan a bandazos, encierra la incógnita de saber cómo reaccionarán los Lakers al sopapo que les propinaron los suplentes de los Celtics el pasado martes. Pendiente de la rodilla de Andrew Bynum, el combinado californiano mantiene la calma. "Somos un equipo mucho más maduro de lo que éramos hace dos años", advierte Phil Jackson, que trata de rebajar la presión en vísperas de un encuentro que cada uno de los contendientes afronta con objetivos bien diferentes.
La victoria de los Celtics en el segundo de los tres duelos disputados en la capital de Massachusetts ha devuelto la igualdad a una eliminatoria en la que ha quedado patente que el factor cancha importa lo justo. Pese a todo, las declaraciones de los protagonistas de ambos conjuntos revelan la visión tan opuesta con la que encaran este quinto episodio de la final: los Lakers quieren ganar el partido, mientras que los Celtics saltarán a la cancha a no perderlo.
Saben los verdes que una derrota los condenaría a tener que robar dos partidos de manera consecutiva en el Staples Center. Una utopía. Un imposible incluso para un ramillete de jugadores que supuran euforia tras el excelente juego colectivo desplegado en el cuarto envite. "Tenemos todas las bases cubiertas. Somos un equipo", aseguraba ayer Tony Allen, el encargado de secar a Kobe. No le falta razón al escolta de los Celtics. Su fondo de armario es mucho mejor que el de los Lakers. Por eso, mucho de lo que suceda a partir de ahora tendrá que ver con la rodilla de Bynum.