un aficionado baskonista acudió ayer al Buesa Arena con un curioso remiendo en su camiseta del equipo. Adquirida en los tiempos en los que el timonel argentino era uno de los ídolos de la hinchada, la elástica azulgrana con el número cinco a la espalda y el nombre de Prigioni que este seguidor había sacado del fondo de su armario venía acompañada de una palabra escrita sobre fondo blanco justo debajo del nombre del jugador: pesetero. Así las cosas, no hacía falta ser un brujo para augurar que el actual base del Real Madrid se iba a llevar de nuevo todos los pitos del mundo en cuanto pusiera un pie sobre el parqué del pabellón de Zurbano.

Sin embargo, y junto al ínclito Felipe Reyes -aunque el nivel de decibelios que atruenan cuando el pívot cordobés coge el balón ya no es el de antaño- el público vitoriano tuvo ayer un nuevo objetivo sobre el que enfocar sus gritos. Ante Tomic, el niño, como le apodó el entrenador siciliano, se ganó un alto porcentaje de las iras baskonistas por culpa de su constante lucha en la zona con Tiago Splitter y el beneplácito arbitral con el que contó cuando la serie se trasladó a Vistalegre.

En realidad, el propio técnico madridista conoció otra vez de primera mano el sonido que sobrevuela el Buesa cuando del túnel de vestuarios surge alguien calificado como persona non grata. Tranquilo a pesar de todo, Messina enfiló el camino hacia su banquillo parándose a saludar a Oskar Bilbao -preparador físico azulgrana- poco antes de cruzarse con un Dusko Ivanovic que se levantó de su asiento para estrechar la mano al italiano, aunque sin mediar ni una palabra.

Después, tras la pertinente rueda de presentación en la que sólo Sergi Vidal escuchó unos pocos aplausos de la que un día fue su grada, el público del Buesa empezó a calentar sus manos cuando Tiago Splitter se adelantó a sus compañeros antes del salto inicial para quedarse sólo en el centro aplaudiendo y solicitando el apoyo de sus aficionados. No le fallaron.

Pero, por si el ambiente no estuviera ya suficientemente caldeado, Mirza Teletovic se encargó de elevar un poco más la temperatura encarándose con Tomic en mitad de un barullo provocado por una falta del pívot croata sobre Splitter.

La mañana se presentaba apasionante, y la realidad superó sin duda todas las expectativas. Los árbitros igualaban las iras de ambos banquillos al equilibrar la balanza de faltas entre Splitter y un Tomic que ayer se dejó su versión Pau Gasol en tierras madrileñas y acabó con valoración negativa (siete puntos, tres rebotes y cuatro balones perdidos). Los gritos de los seguidores madrileños que se habían desplazado hasta la capital alavesa eran silenciados por los cánticos baskonistas habituales a la mínima ocasión, incluido un clásico "madridista el que no bote" que atronó en el pabellón de Zurbano cuando el Caja Laboral se adelantaba 42-38 a falta de dos minutos para el final del tercer cuarto.

Entonces llegó el último y, a la postre, decisivo periodo, y en ese instante emergieron los héroes. Y, con ellos, sus acólitos. Unos pedían a gritos la entrada de Walter Herrmann, al tiempo que otros alentaban al siempre aplaudido Lior Eliyahu mientras éste se sacaba de la manga un impresionante uno contra uno ante Felipe Reyes. Precisamente, los instantes posteriores a la canasta del ala-pívot israelí (60-54) obligaron a más de uno a desgañitarse al gritar a los colegiados que los dos puntos no habían subido al marcador. Cuando los árbitros se dieron cuenta de su error y el público depositó de nuevo las posaderas sobre sus asientos, a Prigioni no se le ocurrió otra cosa que salir de nuevo a la palestra cometiendo una falta.

Poco después, un balón recuperado por Splitter, dos triples errados por Sergio Llull y, sobre todo, una acertada acción de Marcelinho Huertas en la que acaparó el balón durante toda la posesión para acabar anotando la canasta definitiva pusieron la guinda a una matinal de ensueño, que culminó con los gritos de "¡MVP!" al pívot brasileño y los aplausos de las decenas de seguidores que aguardaban a los jugadores cuando salían del Buesa Arena. Una vez más, el pabellón de Zurbano ejerció de sexto hombre. Ahora, contra el Barcelona, su equipo les necesitará, si cabe, más que nunca.