vitoria. A falta de la solidez y contundencia de antaño, tristemente extraviadas no se sabe dónde desde hace meses, este desnortado Baskonia sí conserva al menos ingentes dosis de casta y, sobre todo, fe. Sólo así se puede edificar esa mágica reacción en un apoteósico minuto y medio final que enmascaró otro papel caótico. Tras jugar nuevamente con fuego ante otro modesto que se le volvió a subir a las barbas y coquetear con el desastre, evitó in extremis otro sonrojante varapalo que habría supuesto el adiós virtual al segundo puesto de la fase regular.
El suyo, sin embargo, es un sin vivir continuo que no conduce a ninguna parte. Vive permanentemente en la cuerda floja. Su acreditada capacidad agonística es suficiente para ganar batallas puntuales, nunca guerras ante rivales más armados que le han hecho y harán la vida imposible en este convulso ejercicio donde no anda sobrado de nada. Como los malos estudiantes, dejar sistemáticamente los deberes para última hora induce a pensar en la falta de una estrategia adecuada. Un día sí y otro también, los viejos males endémicos se repiten hasta la saciedad. Victorias así, más que rearmar anímicamente a un grupo dubitativo, no terminan reportando a la larga nada positivo.
Si el Granada no fue capaz ayer de quebrar su mal fario en el Buesa Arena, donde encadenó su undécima derrota en otras tantas comparecencias, no lo hará nunca. Tuvo contra las cuerdas a un Caja Laboral convertido en un mar de despropósitos, pero se vio atacado por un mal de altura a la hora de propinar la estocada. Una película muy vista durante este curso en el recinto vitoriano, donde los forasteros de nivel medio-bajo padecen una especie de terror cuando encaran el epílogo en una situación ventajosa para asaltar el fortín alavés.
Restaban apenas 90 segundos de un duelo soporífero que había destapado nuevamente la sangrante inconsistencia azulgrana. Un triple de Aguilar llevaba algo más que el murmullo (63-69) a una grada encolerizada que no daba crédito al dantesco espectáculo de pérdidas desplegado por un equipo presidido por el descontrol. Se desencandenó entonces otro pequeño milagro. Incluso la posesión correspondía al cuadro nazarí, que saboreaba un triunfo de indudable prestigio. Craso error.
El Baskonia resurgió casi de la nada mientras algunos desencantados espectadores desfilaban incluso hacia el aparcamiento. Un robo de balón traducido en una canasta más adicional de San Emeterio alimentó en primera instancia la esperanza (66-69). La siguiente posesión visitante no halló el camino del aro y Splitter añadió más incertidumbre con otra canasta (68-69). El brasileño volvió a multiplicarse a renglón seguido para robar un balón a Hunter. El fugaz contragolpe desembocó en una falta al alero cántabro, que con una frialdad pasmosa devolvía la ventaja al anfitrión (70-69). Para poner la guinda al pastel, un triple errado por Aguilar, el brazo ejecutor granadino hasta ese momento, ahuyentó los últimos fantasmas.
el mal de la inconsistencia De manera tan fastuosa languideció un pulso que refrendó el tenebroso estado vitoriano. Con las secuelas de la eliminación continental todavía presentes y aún más minado de efectivos en la zona debido a la sorpresiva baja de última hora de Barac, fuera de combate por unas molestias lumbares, la tropa de Ivanovic destapó esa fragilidad que hace de él una presa fácil para cualquiera. Incapaz de dar continuidad a sus puntuales buenas rachas, lastrado por el capítulo negro de las pérdidas, inoperante en el juego estático y sostenido únicamente por el dúo Splitter-San Emeterio, estuvo a merced de un disciplinado Granada.
Antes de desperdiciar una ocasión propicia en las postrimerías, el cuadro de Poch lanzó varias embestidas que instalaron la zozobra. Un primer parcial de 0-12 mediado el segundo cuarto precedió otro más doloroso tras el descanso (3-17) que encendió al respetable. Menos mal que, gracias al enésimo toque de corneta, el Baskonia despertó a tiempo del letargo y firmó un triunfo angustioso que garantiza virtualmente el tercer puesto de la fase regular. Algo es algo en una campaña que amenaza con terminarse en blanco.