- Josu Alda, director de los tres centros gerontológicos que el grupo Albertia gestiona en Gasteiz, reconoce que la entrada en este nuevo escenario, aunque "previsible", se ha hecho esperar. El deseo de Alda es ahora poder recuperar poco a poco la vida anterior a esta larga pandemia "en todas sus dimensiones".

¿Se respira ya con otra alegría en sus centros con la normalización de las visitas y las salidas?

-Sí. Todavía no hemos tenido mucho tiempo de asimilar todo, aunque era algo previsible y dentro de la lógica el poder ir recuperando las salidas y las visitas con una frecuencia mayor. Estaba en la expectativa de todo el mundo, sobre todo de los familiares. Porque llevamos 18 meses de pandemia con unas restricciones muy severas en los entornos residenciales.

Se ha hecho esperar mucho este escenario de nueva normalidad.

-La verdad que sí, se ha hecho largo.

¿Qué ha sido para usted lo más duro en estos largos meses?

-Posiblemente, la incertidumbre del día a día. Ese miedo a que entrase el virus y pudiese afectar a los residentes. La tensión que se percibía por parte de todos los profesionales en el día a día. Porque vuelves a tu casa, regresas al día siguiente al trabajo y sabes que estás trabajando con personas que tienen cierta fragilidad. Esa tensión ha sido percibida y mantenida a lo largo de todo el tiempo.

¿Y en el caso de los residentes?

-En muchas ocasiones, en función de los perfiles, tampoco tienen ya capacidad para entender lo que está sucediendo. Pero el no poder prever ni planificar ni siquiera lo que iba a suceder al día siguiente ha generado ciertos momentos de ansiedad y baja moral en ellos. El estado anímico ha bajado en muchos de ellos durante la pandemia, porque a pesar de las nuevas tecnologías y las pantallas se han reducido mucho los encuentros familiares y esos acontecimientos que eran compartidos. Y si ya nos ponemos en situaciones donde las personas tienen cierto deterioro y dificultades de comunicación, estas restricciones y confinamientos que hemos tenido que vivir han sido mucho más acusados tanto para ellos como para sus familiares. Cuando ya no encuentras la manera de comunicarte con tu familiar a través de la palabra, del mensaje, sí que hay otras formas como la cercanía, la proximidad, el tacto o el olfato. Y eso durante este tiempo no se ha dado. Cuando había que mantener la separación con una barrera, ver esas comunicaciones impactaba en muchas ocasiones. Ha sido duro ver que esa comunicación no estaba fluyendo.

La pandemia parece bajo control, pero ¿llega a perderse el miedo?

-Bueno, la vivencia en el día a día dentro de los centros está bastante normalizada. Compartimos espacio, hemos recuperado las actividades... Siempre está la incertidumbre, quizá no tanto en nuestro entorno porque mantenemos todas las medidas protocolizadas de uso de mascarilla, doble en el caso de los trabajadores, o higiene de manos. Pero claro, cuando empecemos a salir, empiecen a entrar familiares y la sociedad en general relaje las medidas que veníamos teniendo, no sabemos cómo nos va a afectar pese a que ya estamos vacunados por tercera vez. Siempre que la incidencia del virus sube en la calle, vivimos con más tensión, aunque ahora la perspectiva es mucho más optimista.

La vacunación ha sido clave para poner freno al virus, pero no han podido evitarse los brotes también en estos últimos meses de crisis.

-Sí. De hecho, en Albertia Campus tuvimos un brote este junio. Sí que minó mucho nuestra moral, porque se había convertido en un síntoma muy silente al estar la gente vacunada. El virus no era fácilmente detectable, salvo como sucedió en este caso, que desplazamos a una persona al hospital por otra patología y se descubrió que había sido contagiada no solo ella, sino otras 15 personas, trabajadoras... Fue un mazazo, porque las cosas estaban saliendo bien, las salidas habían recuperado una frecuencia mayor, se estaban restablecimiendo los contactos familiares y nos vimos en la obligación de confinarnos un mes sin entrar los familiares otra vez. Ha sido posiblemente uno de los episodios más duros de toda la pandemia. Los confinamientos siempre han sido una vuelta atrás.

Estará deseando también que esta nueva normalidad se acerque cada vez más a la vieja y se puedan olvidar también, por ejemplo, de las mascarillas.

-No sé si en nuestro entorno las mascarillas han venido incluso para quedarse. Yo creo que pediremos a aquellos familiares que tengan en su entorno gente con resfriados o gripes que, cuando vengan al centro, se pongan las mascarilla. Seguramente será apropiado.

¿Cuál es ahora su principal deseo?

-Espero que no vuelva a subir la incidencia del virus y eso nos afecte. Sobre todo, que no tengamos restricciones en nuestro entorno, porque las personas mayores residencializadas han sido las únicas que han visto realmente restringido su derecho a la movilidad.A corto y medio plazo me gustaría que fuera remitiendo el virus y poder recuperar la vida previa que teníamos en todas sus dimensiones. En la emocional, de la movilidad, de hacer uso de los derechos... Y poder recuperar los proyectos que durante todo este tiempo hemos tenido tanto los residentes como sus familiares y las trabajadoras pero no hemos podido llevar a cabo.