- Muchos de los cuidados a personas dependientes recaen en familiares. Otros, en personas contratadas. Paradójicamente, en mitad de una pandemia como la actual, cuando más cuidados se necesitan, más dificultades tienen estas trabajadoras para encontrar empleo por el miedo de las familias a meter en casa a alguien desconocido que pueda llevar el virus, explica Luis Antonio Preciado.

“Se necesitan más cuidadoras, pero no por eso ha aumentado la oferta de empleo, ya que la crisis económica y la falta de ingresos también azota a muchas familias”, añade Marta Alonso, trabajadora social de la asociación de familias cuidadoras Ascudean. “Ha habido trabajo, pero no tanto como podíamos pensar”, confirma.

De hecho, hay cuidadoras que, tras fallecer la persona de la que se hacían cargo, se han quedado en la calle. Familias que han prescindido de esta figura por falta de dinero al quedarse en paro o en situación de ERTE. Internas con dos horas de descanso al día, más el fin de semana, a las que se ha privado de ese derecho por miedo a que si salían de casa podían contagiarse con el virus. Y otras a las que se ha reducido su jornada laboral para minimizar las entradas y salidas al domicilio, con el mazazo que menos horas de trabajo ha supuesto para su maltrecha economía.

Hay también familias que al tener que hacerse cargo de los menores a los que antes llevaban al colegio se han quedado en casa para cuidar a hijos y abuelos, etcétera, etcétera. Mil y un casos que enumeran quienes trabajan codo con codo con las personas cuidadoras, conocedores de la precaria situación del sector. Además, “las ayudas que prometió el Estado para las empleadas del hogar en caso de despido no han llegado; muchas mujeres las han solicitado, pero aún no las han cobrado”, denuncia Alonso.

Sin olvidar la grave situación vivida por aquellas que han dado positivo en coronavirus y, como consecuencia, han perdido su sustento. Ni las negligencias sufridas por internas sin papeles en regla a las que niegan sus horas de descanso. A todo ello se suma que “no tienen derecho a paro, además de estar acostumbradas a enlazar un empleo con otro, salir de una familia y entrar en otra pero, ahora, no hay tanto trabajo como antes, es más complicado”, indica.

Preciado, por su parte, narra la casuística de muchas empleadas que vienen de otros contextos sociales sin conocer los derechos que les asisten, de tal manera que les parece que les están tratando muy bien cuando es todo lo contrario. “Tenemos una chica marroquí, que trabajó en su tierra como cuidadora del hogar con un sueldo de 250 euros. Aquí cobraba 500 y ya le parecía que ganaba todo el oro del mundo, hasta que se enteró de que no podía recibir menos del salario mínimo”, cuenta Preciado.

Aun con todo, algo está cambiando. “Detectamos que cada vez están tomando más conciencia de sus derechos, y espero que el reconocimiento que la sociedad da ahora a estas profesionales se mantenga más allá de la pandemia”.